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XVJI. - Me tratan mal los míos 135 cada piedra de la misma son testigos, mudos pe– ro elocuentes, de su actividad, de· sus afanes y de su amor hacia aquelJos que ahora le tienen des– atendido y olvidado. ¡ Verdac'l.eramente que no saben lo que hacen! Ya .sé que no son por fortuna muy numerosos los casos que revistan tanta gravedad; pero tam– poco son raros, por desgracia, ni aun entre las familias cristianas. Reconozco que los motivos que un anciano tie– ne para lamentarse y llorar no son a veces en realidad tan importantes como él se imagina; pero su debilidad cerebral le impide reaccionar enér· gicamente contra las ideas lúgubres, y el resul· tado es, a veces, sufrir mucho con cosas pequeñas. Y ¿porqué habían de sufrir, hijo desaprensivo y desnaturalizado, por qué habían de sufrir tus padres ancianos, ni poco· ni mucho, pudiéndolo evitar tú con facilidad? Y ¿por qué habíais de ser tú y los tuyos precisamente los que les hicie– rais padecer? Que los padres tienen en esa edad rarezas, impertinencias, debilidades! Pues hacen como lo que son, y obligaci6n tuya es el disimularlas y soportarlas.

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