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do entre todos al pobre anciano una atmósfe:a de frialdad, de desafecto y hasta de burla, ver– daderamente angustiosos. ¡Terrible caso! Eri el catálogo de los dolores humanos no debe de haber situación más aflic· ti va. -El alma del ancian'o, al sufrirla, se repliega so– bre sí misma, lo mismo que su cuerpo, y llora en un rincón aquellos desprecios con lágrimas amar– guísimas. Amarguísimas, sí. porque todo lo que desfila enlences por su "fantasía lleva el sello del sufri– miento. El tiempo que ha ·pasado para no volver, la idea de la muerte que se acerca, y la sensación de su debilidad e impotencia; y para colmo de aflicción, allí está su familia aumentando su con– goja con sus manifestaciones de desprecio, des– pego ci frialdad. Bien podemos decir de el lo que decimos de ' la Santísima Virgen • ¡grande es como, el mar tu amargura!•. ¡Qué pensamientos tan tristes y qué imágenes tan desgarradoras pasan por su mente en sus ho– ras de soledad! El ha gastado su vida soñando 1 en sus hijos y procurando su felicidad. Tal vez ha levantado · la casa al estado de prosperidad en que ahora se encuentra, y cada habitación y c11.da ángulo y

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