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IJ- 128 P, Angel de Abárzuza bla ahora y se estremece con sus blasfemias,·y maldiciones. Estos espectác~los te afligen profundamente, sientes ahora todo el peso de tu responabilidad, y exclc.mas muchas veces: · •¡Dios mío! ¿qué va a ser de ellos, y qué va a ser de mí? • Bien pudiera ser, hermano mío, que no fuera grande tu culpa; porque hay hijos que son como refractarios a toda educación; criaturas que pare- ce que han nacido con doble cantidad de veneno ·en su sangre, como si hubie·ran p~cado dos veces en Adán. Arbustos que van ya retorcidos ante·3 de apa· recer en la superficie de la tierra, Pero son excepciones; y por consiguiente, her– mano mío, si tus hijo·s son malos, bien puedes atribuirte gran parte· de la responsabilidad; por– que tal vez has sido de esos p:~.dres condescen– dientes que se pasan la mitad de la vida mimando excesivam~nte a sus hijos, y la otra mitad sufrien– do las consecuencias lamentables de haberlos mi– mado. En todo caso, tus queías son ya inútiles, por· que, como suele decifse, no hay cosa más fuerte que Jo hecho. Te queda el remedio reservado a todos los pe– cadores, que es. pedir a Dios pe·rdón de haber pecado.

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