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il· · 112 P. Angel de Ab.árzuza Imagínate que un hombre desalmado, caíninan– do a través de un bosque, topa allí con un viaje.:o extraviado y al intentar abalanzarse sobre él ~ra robarle y matarle, el viajero se le anticipa con es– tas palabras: e Señor, soy un caminante . perdido ec esta espesura. Guíeme usted y vuélvame · al camino. En usted pongo toda mi confianza.• ¿Podrá el facineroso hacerle ya daño alguno? Es casi seguro que no. Le será imposible resistir a esa llamada que se le hace al corazón. La frase •Dios mío, socorredme. En vos con– fío• lleva en sí misma la facultad de conmovEK,. por la idea que va encerrada en ella. Es, efectivamente, una triple proclamación del poder, de la sabiduría y singularmente de la bon· dad de Dios. Si sin llamarle acude Dios muchas veCes a ayudar al hombre, ¿cómo no acudirá cuando se le llama de ese modo, y más habiéndolo prome– tido? Pero a veces el hombre, sea por su poca fe; sea por un sentimiento oculto de soberbia, hace caso omiso de estas ve.:dades, y apela, para salir · de su¡¡ apuros, a mil cálculos y combinaciones, como si estuvieran en su poder todos los datos del problema y pudiera resolverlo sin ayuda de nadie, cuando es Dios el primer dato necesario · j>ara resolver todos los problemas del mundo.

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