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lil '" 102 P. Angel de Abáro;~:a __ --·-- - - . Porque no hay odios más profundos, ni expre- siones más insultantes, ni altercados más furiosos que los que tienen entre sí. cuando se aborrecen, las personas que por la naturaleza están destina– das a amarse. El cielo del hogar se convierte entonces, no en purgatorio (que ésta es poca palabra para ex– presar lo que allí se \'e y se siente), sino en un verdadero infierno; y como del infierno huyen muchas veces algunos de sus individuos a res– pirar en la calle, en compañía de personas extra– ñas, los aires de paz de que no disfrutan en su casa. Y ¿cuál es la causa que produce una situación tan violenta? ¿Quién perturba ese escenario del verdadero amor? ¿Por qué huye· la tranquilidad de tantos hogares? Sencillamente, por falta de re· ligión. · La paz es en las almas fruto necesario e infa– lible de la virtud, es decir, de la buena voluntad, a la cual le está prometida por Dios; y la buena voluntad del hombre, solamente la religión pue– de formarla. ¿En qué motivo se ha de fundar para tener paciencia y , por consiguiente, mantener la r:alma en sus contratiempos el que no cree en Dios, u observa una conducta desordenada, lo mismo que si El no existiera? Semejantes almas viven a merced de las con-
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