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-70- dulcísimo; dobla la rodilla, y con todos los ángeles y arcángeles y celestial corte de los Santos alaba, adora y bendice su augusta ma– jestad y divinidad altísima. Y esto es habitar Cristo por la fé y el amor en tu corazón; no apartar de su imagen los ojos de tu mente; andar siempre según su be– neplácito, y nada anteponer a su amor, sino reducirle todo a Él, y referírselo como a fin último cuanto de bueno oyeres, leyeres o practicares en el m:mdo; porque él es la fuen– te de la vida y de la sabiduría y de la discipli– na, ante el cual no perece ni el más mínimo pensamiento habido de su memoria, ni que– dará vacía la oración con gemidos derramada en su presencia. Confórmate, pues, con la vida santísima de Jesús, invitando a medida de tus fuerzas, su pobreza, su humildad, su paciencia y su des– precio del mundo. Piensa como desde su nacimiento en un es– tablo hasta su muerte en la cruz, por tí traba– jó, por tí sufrió, y a tí se te entregó todo ente– ro, lo que no hizo ninguno de los ángeles ni de los Santos; para que sobre todas las cosas le ames, y sin intermisión le alabes, y le ado– res con sumo honor y reverencia. Esto apreció S. Pablo más que toda otra ciencia y doctrina: «Pensar e:n Jesucristo, y este crucificado•.

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