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f - 323 mi mismo y a renunciar a toda co:ctsolación interna, y a abandonar mi voluntad en la di– vina, y a sufrir mi destierro y mis tinieblas; hasta que a él le plazca compadecerse de mi, pobrecita criatura s:1ya, y consolarmz de nue:vo. Preciso es, pues, aguardar a la gracia de Dios, y ayudarme de mi pobreza y pensar que no soy digno ni del valor dz un cornadillo. Pero Dios, si, es principio y fin de todos los bienes. En un punto enriqu"ece él y empobre– ce, enfria e inflama, ensalza y deprime, ilumi– na y entenebrece; obrando en el alma muchas maravillas, difíciles de explicarse. Ea, pues, aruado jesús mio, obra en mi lo que más te pluguiere; que Y.o no me conozco profundamente. Tú solo sabes lo que más me conviene; a ti m~ remito en toda; hágase en mi lo que más grato fuere a tu voluntad san– tísima. Cuando alguna cosa me es naciva, pronto la reconozco en la inquietud, que brota en el corazón, la cual no es en verdad agradable y sabrosa. Toda perturbación o impedimento proceden de la ansiedad propia y desmedida. La natu– raleza busca siempre y de diversos mo1o; in– terior y exteriormente lo que le agrada, en lo ·grande y en lo pequeño, y muy a duras penas se resigna a morir y negar;e a ;d misma.

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