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j - 309 los en el Tabor, los cuales no veían más que a solo jesús. En !a misma entró Moisés, cuan– do, solo, en el monte, hablaba con Dios, como habla un amigo con otro, y permaneció así sin sustento humano durante cuarenta días y · cuarenta noches. Nadie podría hablar con tanto acierto acer– ca de esta santa soledad, como quien la hu– biere gustado más abundantemente, y se ha– llare ajeno a toda turbulencia mundana. Porque es más grato y deseable experimen– tar los bienes int~rnos, que saber definirlos, u oírlos de labi.os de otros, por justos y santos, que fueren. Mas quien quisi~re sentirlos en si mismo, preciso es que purgue antes el corazón de la.s hecés de los deseos mundanos, que mortifi– que la concupiscencia, que renuncie a las con– solaciones terrenas, y no quiera ser consola– do sino en solo Dios. Entonces conocerá cuán dulce y suave es el Señor. Bienaventurado el hombr~, que espera en él; morará a gusto en la soledad interior, y meditará con frecuencia en los bienes, que duran para siempre. 00 oooooo(j 00 00 ®ooooo0° 0

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