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¡ 1 -305 - da tu lengua del mal, y el engalio s.ea lejos de tus labios•. Un silencio hay sin embargo, que no deben guardar ni los ángeles ni los hombres, ni un instante siquiera: el silencio en las divinas alabanzas, en la devoción y en el hacimiento de gracids. Acerca del cual amonesta el Profeta Jsaias: •Vosotros los que os acordáis del Selior, no calléis; no guardéis silencio en su presencia.» Y no queriendo parecer desobedientes, cla– man los ángeles a grandes voces: Santo, San– to, Santo, Señor, Dios de Sabaoth; llena está la tierra de tu majestad excelsa. Clamemos también nosotros a Dios, y se compadecerá de nosotros; alabemos en la tie– rra al que alaban los ángeles en el cielo. Y porque todavía nos hallamos lejos de aquel lugar, donde nadie falta 'con la lengua, reconcéntrese cada uno en su corazón, guar– de silencio en lo malo, y aun en·lo bueno ca– lle algunas veces por mejor, como lo hacia el R. Profeta. Proponte como ejemplares del silencio a los Santos Padres del desierto. Ve, si te place, con el pensamiento, a aquellos lugares, en que vivían, y hallarás un Agatón, Abad, que por tres años continuos llevó en su boca una piedrecita, como recuerdo de la guarda ce! silencio.

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