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-296- Esta soledad es para las almas buenas un refugio seguro y placentero. Ella ayuda, como hemos dicho, a morir al mllndo, a conservar– se libre de cuidados externos, a entretenerse en santos pensamientos, y a acercarse a los– celestiales espíritus·.' Nos la enseñó Jesucristo de palabra y con ejemplos, cuando pasaba solo las noches en 1 •• oración, retirado en un monte; y al mandar- nos entrar en nuestro aposento, cuando qui– siéremos orar. Es el tiempo de la noche más apto para la devoción, y no pequeña ayuda para la santa meditación. Sobre todo nos recomendó la soledad, cuando por espacio de cuarenta días ayunó y vivió solo en el desierto, sin tener más com· pañia que las bestias de aquellos parajes. Lo cual se dignó hacer por nosotros, para que también nosotros gustemos de estar so– los, y en cuanto dependa de nosotros, procu– remos vacar siempre a él. A esta soledad aludía el R. Profeta, cuando decía: •Aiejéme huyendo y permanecí en la soledad•. Y otro santo profeta: <Permanecía solo y callaba, y se levantaba sobre si mismo». Algo grande debe de haber en la soledad, cuando por tantos santos es ella procurada tan ardientemente.
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