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- 288 - - :ma, cuanto que ignora la lenta ión, que podra sobrevenirle; ni puede sab~r tampoco cuál será su fin, porque muchos son los llamados .Ypocos los escogidos. Ha de ponerse gran cautela en guardar la castidad y perseverar en ella, y no dar nunca entrada, interior ni exteriormente al tentador maligno. Nadie sin embargo, aunque débil y flaco, se.amilane por ningún trabajo, ni se perturbe a ca~sa de la tentacíó~, más acuérdese que tanto más hermosa será su corona, cuanto mayor hubiere sido el esfuerzo en ld pelea. Ni podría comprenderse por qué la victoria de la castidad había de mir1rse como mayor en el mérito, y más insigne en concepto de los santos, si no saltase a la vista la razón de los más fuertes ataques y más violentas tentacio– nes, con que es ella probada. Alegrarnos, pues, debe aquella dichosisima promesa de la felicidad eterna, y animarnos al trabajo de la lucha la esp~ranza de la co– rona inmarcesible; con la cual engalanadas, se regocijarán para siempre con Cristo las almas de los santos, en recompensa de los trabajos que por su amor sufrieron. A la cual nos conduzca a nosotros pobres desterrados, jesucristo, esperanza y corona de todos los bienaventurados, el cual con el Padre y el Espiritn Santo reina por los siglos de los siglos. Amén. ..¡ \

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