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1 1 / 1 - 285 - der refrenar la concupiscencia, y llevando uno en su propio seno el fuego abrasador, no lle– gar a prevalecer este contra la razón. Cierta– mente es el un privilegio singularísimo de Dios, y no mérito de ningún hombre. Con razón, pues, admiróse el siervo de Dios, Moisés de que ardía la zarza y no se quemaba; y dijo: Iré y veré esa visión grande. ¿Quién no se maravillará de que en una carne fragil y en un vaso de barro, atormen– tado el hombre por el ardor de las pasiones, y en frecuente acometida de las tentaciones, se sostenga sin dar jamás asentimiento a la voluptuosa solicitación? ¡Oh cuán admirable se muestra Dios en sus santos, comunicándoles tan admirable virtud y fortaleza! ¡Bendito sea para sie.mpre! Porque obra es de grilnde fortaleza sentir ·en sí tan moles!¡¡ rebe)ión, y pelear de conti– nuo con la gracia de Dios por conseguir de sí una completa victoria. Mas para que sea esta más segura ha de tomarse por recurso la huida, especialmente de parte de aquellos, que se sienten más débi– les y flacos en esta virtud. Y no ha de imputarse a pusilanimidad y co– bardía del hombre esta pronta retirada, antes por el contrario ha de tenerse por más fuerte y valeroso quien más se apresurare a huir

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