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- 273 -- ellos, asi nosotros, y ciertamente mucho más, debemos esmerarnos en aparecer a los ojos de Dios. Pero ¿qué es la gloria temporal, y qué valor puede tener la hermosura del vestido del hom– ·bre, no siendo el mismo hombre sino un poco de humo, que se disipa en el aire? Vergüenza y confusión debería causarnos, -:onsagrados a Dios como nos hallamos, el no mostrar por el adorno de nuestra alma el mis– mo interés al menos y cuidado que vemos te– ner los mundanos por el vestido vil del cuerpo. Ahora, pues, atentos a la exhortación d~l Divino Maestro, pongamos el mayor empeño en procurarnos esta predosa margarita, si queremos aparecer ilustres entre los santos del cielo. Que no lo serán tanto en presencia del Rey supremo aquellos, que si bien ador– nados con las demás virtudes, no mostraren .,n si esta perla de valor tan subido. Antes que el Salvador descendiese del cielo, yacía como oculta, esta virtud preciosa, y no eran muchos los que conocían su excelencia y digRidad. Sacóla él de su celestial erario; y esposo como era, la regaló a la Iglesia, y la .recibió por suya. Y así contrajo afinidad con ella, y ella quedó hecha esposa suya por la fé de la castidad y por la firmeza de la caridad. Poco se dejaba oir en los siglos antiguos la voz de la tórtola en la tierra, cuando no se-

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