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- 245 - el suave olor de su inocencia. No se echa de· ver mucho la bondad de Abe! hasta que es ejercitada por la malicia de Caín. No se puede asegurar la castidad de uno, sino después de vencer los ataques de la lascivia. Aquel se prueba ser amante de la pureza, que con el casto José sabe luchar contra los halagos de la tentación, que seducen. De la misma manera se prueba el obedi en– te verdadero, en que procura ir contra las in– clinaciones de su propia voluntad. El cual será alabado con el fiel Abrahám por su per– fecta obediencia, y lleno de bendiciones celes– tiales, porque obedeció más a la voz de Dios que a la de su carne, la cual tiende siempre a obrar según sus propios movimientos. Y ¿qué añadiré acerca de la propia volun– tad? Mi alma la aborrece grandemente. Nin– guna cosa me es acepta, si la hallo viciada de esa pestilencia. Ella mancha y envilece todos los bienes, sean grandes o pequeños; así como la obediencia los hace todos incorruptibles. Haga el hombre algún bien por su propia voluntad; será pequeño, y tal vez resultará en él culpable. Deje el bien por obediencia, y será mucho mayor bien; pues creció hasta el desprecio de sí mismo, y llegó hasta Jesús, Hijo de Dios, y ejemplo de su obediencia. ¡Qué pocos veo yo, que brillen en la obedien– cia! Cada uno hace con gusto lo que bien le

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