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-9- alabanzas; en la celda, ocupado en leer o es– cribir cosas provechosas; y en el refectorio, tomando con sobriedad el necesario sustento, y prestando a la vez oído atento a la palabra de Dios que alli se Iet. Donde quiera que se lee·la palabra de Dios,. obra ocultamente por ella efectos admirables el Espíritu Santo; el cual, ya echa en cara a los malos sus maldades, ya conforta a los buenos por la esperanza de los bienes futuros consignados en Id Escritura, o ya los anima a progresar más y más en la virtud, y a guar-· dar sin desfallecimiento la disciplina de .su· orden. San Pablo nos exhorta a guardarla,' dicien– do en su Epístola a los Hebreos: •perseverad en la disciplina. Como a hijos os trata Dios•. El Rey David se la pide a Dios, rogándole con mucho ahinco: •enséñame la bondad, la disciplina y la sabiduría•. Y otra vez reco– mendándola mucho, añade: •tu disciplina me corrigió hasta el fin: tu disciplina, ella misma. m~ instruirá'. Don es de Dios muy estimable tener inteli– gencia de la Sagrada Escritura: pero mucho más importa guardar fielmente la disciplina. Por eso Jesucristo, nuestro Soberano Maes– tro, dictando a sus discípulos la ley de viJa y de disciplina, les dijo: «Ya sabéis estas cosas: ahora, pues, seréis bienaventurados si las

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