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-95- o manifiestos .del enemigo, con más gusto has de estar dentro que fuera del monastzrío. Al volver a la celda, como a puerto tranqui– lo de seguridad, echa en ella el ancla de esta– bílídad, con oración ferviente y devota lectu– ra. No sufre la celda que el ocioso o tíbio du– re mucho en ella. Dobla al punto tus rodillas; inclina la cabe– za ante el Crucifijo; y saluda con carhio a la Virgen Sma. Madre y Señora nuestra. Dí con atención, y repite con frecuencia aquel verso del Salmista: «Este es mi de.;can– so por los siglos de los siglos: aquí moraré, porque este es el lugar, que me he escogido•. Oh Señor, que bíep estamos aquí; mejor que en lo más deseable 1 y precioso de la tierra. En verdad que es santo este lugar. Mientras, pues, el alma anime tu cuerpo, sea la celda casa y lugar de tu descanso; hasta que se te abran las puertas del paraíso celes– tiaL Breve es el camino que media de le celda al cielo, <u mdo en ella se hace vida celestial Examina después tu porte y movimientos, lo que has hecho, lo que has hablado, cuando has estado fuera. Laméntate M ser tan frágil, que por cual-– quier motivo, pcr pequeño y leve que sea, faÍ– tas a tus buenos propósitos. ¿Qué ga~aste, sí a Dios perdiste por tus

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