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- -003- a todos, se queda sin nada. La sextá, nunca han de poner los ojos en lo que es el predica·– dor, sino para considerar, que es ministro de Dios. El que recibe unas cartas no pone su atención en el portador Sino en el contenido de ellas. (1) (1) El Religioso que es hombre de fe, debe tener· hambre y sed de escuchar la palabra de Dios, cuaJquie~ ra que sea el que la predique. Es un absurdo huir de los sermones y conferencias so pretesto de que tene~ mos bastante con lo sabido. LB humildad que se ejercí· ta en oirla, .premia Dios con luces especiales. No sin razón S. Agustín la comparaba al mismo Cuerpo de Cristo, y decía que quien la menospreciaba, menospre· ciaba ~• mismo Dios, que estableció en su Iglesia es~e modo de enseñar, si se quiere, per stultitiam predica– tionls.. ~ pero en verdad per sapientlam humllitatls... Los santos se- distinguieron por su amor·a la palabra de Dios. Los imperfectos se conocen por su desvío de~ este ejercicio; porque realmente es un maravil1oso ejer· cicio de perfección. Amemos entrai\ablemente la hurnil· dad de estar escuchándola, siempre que tengamos oca· sión.

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