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-168- mmlmO. El segundo, gozándonos de sus bie– nes intrínsecos y extr¡nsecos, teniendo en su Majestad Divina todo nuestro amo•, gusto y placer, sin que haya otra cosa que nos con– tente; como un niBo, el cual no recibe conten– to ni consuelo sino mucha pena fuera de los brazos de su madre. Este amor tenia ia Santa Reina Esther, la cual en medio'de las pompas y delicias del palacio decía a Dios: «Bien sa· béis, Señor, que vuestra sierva no ha recibido contento coq la corona y grandezas reales, ni en cosa alguna he. tenido consuelo sino en Tí, Señor, Dios de Abrah3m. » («Lib Esther Cap. 14. •) El tercero, procurando en todas nuestras acciones interiores y exteriores buscar su ma– yor honra y gloria, dirigiéndolas todas a la Majestad Divina. El cuarto conformándonos. con la divina voluntad así en lo próspero como en lo adverso, amándole con firmeza y perse– verancia, sin que ninguna cosa nos aparte de su divino amot, y que podamos decir con el Apóstol S. Pablo: •Cierto estoy de que ni la muerte, ni la vida, ni alguna criatura nos po– drá apartar de la caridad de Dios, que está en Jesucristo. (Ad Rom. Cap. 8.)
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