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-165- regrinantes en bien de las almas. Sin embargo dis.ta mucho de la disipación y fuga del Convento lo que creó Sa11 Francisco. EJ'Franciscano fuera de la celda o ·ctel Convento no se concibe ·a no ser pa.ra salvar las almas; y .es claro que para el apostolado ·del mundo hay que fqrmarse en el retiro. De forma que nunca será un gran apóstol, quien nO ame vehementemente su celda, donde con el estudio y recogimiento se dispone pant la vida pública. NO son los menos amigos de su celdB. los más entregados a · la acción. provechosa. La disipación es siempre una consecuencia de la desgana conventual. La sOledad los aplana. Sienten miedo del retiro de la cet~ da, y nunca se hallan preparados convenientemente pa– ra .actuar. La celda es «una oficina divina,» donde goza el Religioso de los mayores consuelos. Nada reconforta mejor que aquella soledad; nada está más poblado de buenas inspiraciones e ideas santas. Bien sintió quien escribió: .-¡Oh feliz soledad! ¡Oh sola felicidad!» El amigo de la celda generalmente es amigo del estudio. 'Los libroS son los consejdros más sinceros y los amigos- más sanos. Es necesario que el Religioso sepa esto desde el Noviciado, y. se penetre bien dé las resonancias de la soledad de la celda. La celda, el coro y la biblioteca forman los tres puntos de cpnvergencia de toda alma religiosa que desee formarse para l>ien suyo y del mundo. Son los lugares de condensación es~ piritual. No nos cansaremos de aconsejar a los novi~ cios y jóvenes, que se formen una conciencia francisca– na a base de amor ·«al retiro.» La dispersión de fuerza y de actividades sin fruto obedece a la falta de con~ densación espiritual e intelectual. En este negocio debe tomarse el camino desde la juventud, para conseguir un fuerte hábito de estudio y trabajo.
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