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MISIONES DE LA ZINGA, BENÍN, ARDA, GUINEA Y SIERRA LEONA 35 quinientas concubinas, que es el número menor que oyeron, pues, en opinión de otros, hallaron pasaban de tres mil. 6.-Viendo los religiosos que no descubrían forma para lograr su intento en aquel reino por tener cerrada la puerta para hablar al rey, y consiguiente– mente que se imposibilitaba la reducción de los vasallos, trataron de implantar la misión a otras provincias. Hecha esta resolución, comenzaron a poner por obra su designio; llegaron a informarse de algunos y ninguno quiso partici– parles la más mínima noticia ni enseñarles la lengua ni buscarles intérprete. Con este nuevo embarazo, sobre impedirles el ver al rey y no socorrerles con cosa alguna para su preciso sustento, se llegaron a ver como presos y de calidad que no les perdían de vista ni dejaban salir de la ciudad. 7.-Hallándose en este conflicto y destituídos de todo humano socorro, apelaron al divino por medio de la oración; clamaron a su Majestad divina con humildad y devotos ruegos, diciendo con el santo profeta rey: Tribulatio proxima est, quoniam non est qui adjuvet. Cirdumdederunt me vituli multi, tauri pingues obsederunt me. Unde veniet auxilium mihi? Auxilium meum. a Domino qui fecit coelum et terram (40). No dilató el dueño benignísimo el despacho de la súplica de sus siervos, y para que no dudasen era acción de su divino poder el sacarlos de tan inicua prisión, dispuso fuese por medios y modos tales que el consejo humano no tuviese parte alguna que apropiarse en la traza. Llegó, pues, a noticia de los religiosos cómo el siguiente día habían de hacer aquellos bárbaros una gran fiesta a su rey y un horrendo sacrificio al demonio, degollando en honra suya doscientos hombres, según tenían de costumbre en sus mayores solemnidades. Con esta noticia, no dán– dose por seguros, prepararon sus ánimos para cualquier trabajo que Dios les enviase, y, viéndose por todas partes cercados, resolvieron sacrificarle sus vidas oponiéndose en la mejor forma a aquella detestable costumbre. 8.-Previno el Prefecto a sus compañeros y les dijo: «Ya veis, Padres, el estado y peligro manifiesto en que nos hallamos, destituídos por todas partes de remedio humano y que sólo podemos esperar la muerte; ésta se nos maquina por medio de los veedores; cuándo o cómo será, no lo sabemos; no hay razón para enmudecer, pues somos pregoneros del gran rey de la gloria; ahora conviene sacar la cara y oponernos valerosos a estos diabólicos sacrificios y perder, si se ofreciera, nuestras vidas. Yo principalmente me hallo en esa obli– gación por mi oficio, pues, según me acuerdo de unas palabras del despacho de nuestro santo Padre Inocencio X, me ordena ponga todo cuidado en cumplir con el ministerio que se me ha encomendado, hasta verter la propia sangre y dar la vida, si necesario fuera, para que merezca la corona inmortal de la (40) Salmo 21, 12 y 13.
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