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XXXII MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA la aldea de Logos en centro de su apostolado; hizo desde allí varias excur– siones; marchó más tarde a Río Nuño, donde estuvo dos años; de aquí se dirigió a Bisao y, tras algún tiempo pasado en Cabo Verde, volvió de nuevo a Bisao, donde terminó sus días antes de 1665 (101). Durante los años 1660 y siguientes hubo peticiones, así de parte de reli– giosos particulares como también de los Superiores de la Provincia de Anda– lucía, para que fuesen enviados nuevos misioneros (102); pero es lo cierto que, por varias causas y dificultades, hasta el 16 de julio de 1664 no se pudo piadosa mujer, la misma que había asistido al P. Serafín, y que cargado de años y de achaques y haciendo muchos servicios a Dios, tanto en la conversión de esta gente como en su enseñanza, había vivido diez u once años, al cabo de los cuales recibió el premio de sus trabajos, estando enterrado en la misma iglesia de San Antonio de Tumbá. Casi lo mismo afirma a su vez el capitán LEMOSen su manuscrito, ya citado, f. 56r., compuesto en 1684. (101) Según testifica el P. Agustín de Ronda en su carta del 3 de abril de 1658 (P. TERUEL,o. c., 202), su compañero el P. Peralta quedó de momento en Rio Nuño con ánimo de volver a dar cuenta a la Congregación de la situación en que se encon– traban tanto aquellas almas como la misión . El P. Acevedo, que le conoció personalmente, nos refiere de él en su citado manus– crito, ff. 114-115, que siendo como era joven aún y habiendo fijado su residencia en Logos, había hecho varias excursiones por el interior, recorriendo algunos reinos y aldeas enteros, convirtiendo y bautizando a muchos, «de lo cual había hecho un itine– rario que le mostró» al mismo tiempo que le decía cómo era la índole de aquella gente, la mejor para ser convertida, no faltando sino misioneros. De Logos pasó de nuevo a Rio Nuño, donde estuvo dos años, yendo siempre a dar obediencia al P. Agustín de Ronda, que era el Superior; con su licencia marchó más tarde al puerto de Bisao; aquí vivió por espacio de tres o cuatro años, comportándose como verdadero hijo de San Francisco, y en Bisao murió, siendo enterrado en la iglesia de Nuestra Señora de Bisao, con el título de Ntra, Sra. de la Candelaria. Lo propio afirma el capitán FRANCISCO DE LEMos, ms. c., f. 55v., quien conoció igualmente al P. Peralta en Bisao y recogió de él tales noticias. Allí se encontraba sumamente enfermo en 1663, impedido de pies y manos, como diremos en otro lugar (nota 113 del texto), y en busca de salud pasó en junio de 1664 a Cabo Verde, volviendo luego a su misión. Esto bastó para que el gobernador de Cabo Ver– de entrase en sospechas, pues, aunque nada tenía que ver en contra de los misioneros capuchinos y españoles, no veía bien, como la mayor parte de los portugueses, su estancia en aquellos dominios lusitanos; por eso escribió el rey una carta que, al recibirla el Consejo Ultramarino, exponía luego al rey, con fecha 24 de septiembre de dicho año 1664, era conveniente averiguar la razón de por qué habían pasado a aquellas tierras misioneros castellanos y aragoneses, pues con pretexto de salvar almas, causaban después perturbaciones. Por ello mandó el rey el 12 de noviembre se diese orden para que no se admitiesen allí extranjeros, sino que debían ser enviados a Portugal, de cualquier nación que fuesen (AHU, Conselho Ultramarino, Consultas mixtas, de 1660 a 1671, Cód. 16, f. 133r.). (102) Así el P. Francisco de Jerez, además de enviar a la Congregación la ante – riormente citada relación de la misión de Nigricia, manifestó sus deseos de proseguirla, según escribía el Nuncio a Propaganda (6 de junio de 1663) (APF, SA, v. 253, f. 42). La Congregación daba su asentimiento escribiendo al P. Jerez el 10 de noviembre de dicho año, pues en esa empresa colaborarían las otras provincias españolas (Lett. S. Gong., v. 43, f. 9 ss.). Los nombres de los que entonces fueron enviados los consigna el P. ANGUIANO en el texto de su relación, cap. XII, n. 3.

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