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Al>ÉNDICES 273 dente en su lugar. El Visitador tenía un aspecto y conversac1on todo muy religioso; mostró grande estimación de nuestra Religión y empleo; edificóse mucho de ver nuestro modo y tan bien instruídos a los negros, así grandes como pequeños; hizo notables encarecimientos de lo útiles que seríamos en eabo Verde donde decía que en todo caso habíamos de hacer un convento, para cuyos principios nos había de dar dos mil ducados; decía que nos quería llevar él mismo a Sierra Leona, donde, por ser sus habitadores gentiles, tendría mejores efectos nuestra misión que en aquellas costas y reinos, ya otras dos veces asistidos de los Padres Capuchinos de Francia, que salieron de allí dos años antes de nuestra llegada; todo lo cual en orden a los Padres franceses era así y ya lo sabíamos nosotros, reconociendo las dificultades, pero con ánimo de perseverar hasta morir o vencerlas. Entre todos estos favores no nos dijo nada de la descomunión que había enviado a Gambia y se fué un día con el capitán holandés a una isleta que llaman Berceguiche, que es de .dicho holandés, a título de que la iba a ver. Aquí nos llegaron cartas de Gambia en que el P. Fr. Gaspar nos avisaba de todo lo sucedido y decía que no nos fiásemos del Visitador, de cuya partida a las costas había tenido noticia por Cacheo. Llegó en buena ocasión el aviso, porque estábamos tan pagados del proceder de dicho Visitador, que tratábamos de irnos en su compañía; de allí adelante nos cautelamos de él, mirámosle a las manos y tuvimos traza para cogerle una carta que escribía al capitán de Cacheo en que le daba cuenta de las dili– gencias que había hecho con los capitanes franceses y holandeses y que estaban a su disposición; con esto excusamos el acompañarle en su navío, y en conformidad de lo que el P. Fr. Gaspar de Sevilla nos ordenaba en la suya, nos embarcamos en un navío inglés que iba a Gambia. Los cristianos, así blancos como negros, sintieron mucho nuestra partida; confesáronse ciento y ochenta que había en el puerto de Arrecife, en que gastamos toda la noche antes del día que nos embarcamos; acompañáronnos todos hasta la embar– cación y se despidieron con muchas lágrimas. Dímonos a la vela, tomamos en cuatro días a Tancaroale, puerto de Gambia; allí se juntaron todos los religiosos y unánimes se resolvieron de, atentos los riesgos grandes, ningunas esperanzas de hacer fruto y que sin duda en faltando el navío, nos habían de coger los portugueses como al P. Fr. Manuel y a sus compañeros, que nos fuésemos en el mismo navío a Cartagena. En veinte días que se dilató la partida el P. Fr. Serafín y yo enfermamos gravemente, y dicho Padre, hallándose muy flaco y sin fuerzas para emprender .navegación tan larga y por otra parte compadecido de aquellos pobres cristianos de Arrecife, pidió el quedarse con un compañero, que gustó de serlo el P. Fr. Antonio de Jimena. El P. Presi– dente vino en ello, atendiendo al consuelo de aquellos Padres, al consuelo de los cristianos, a la seguridad con que podían estar en aquel puerto de donde con mayor dificultad los podrían sacar los portugueses y a que, si contra todo lo que se esperaba, negociase el P. Fr. Manuel algo y volviese, lo halla (sic) dos compañeros más que le ayudasen y diesen razón de todo lo sucedido. Yo no pude acompañar al P. Fr. Serafín, como quisiera, por estar igualmente en– fermo y conocer no le podía ser de provecho. »Los demás nos fuimos la vuelta de Cartagena, con ánimo de proseguir al río de las Amazonas, según el orden de la Sacra Congregación; en el viaje se padeció mucho por venir casi todos enfermos, sin otros bastimentos que le– gumbres; cargados de negros; tres religiosos estuvieron casi para perder la
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