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XXVIII MISIONES CAPUCHINAS EN ÁPltICA bre (85). La suerte que aquellos tres religiosos capuchinos corrieron y cómo pudieron librarse de la muerte en Lisboa, lo narra el P. Anguiano en su relación (c. VIII). Entre tanto los otros religiosos comenzaron a trabajar con gran entusiasmo y llevados de la mejor intención. Pero el canónigo Visitador que había hecho fuese apresado el P. Prefecto, Manuel de Granada, junto con el P. José de Lisboa y Fr. Miguel de Granada, quiso asimismo hacer lo propio con los nueve restantes misioneros. No logró su intento, gracias a una carta del P. Gas– par de Sevilla, que quedó como Viceprefecto, en la que les avisaba no se fiasen de tal canónigo y refería lo sucedido en Cacheo, ordenando juntamente a los misioneros se reuniesen todos en Gambia, donde se encontraba el navío que los había llevado (86). Desalentados con lo sucedido, enfermos varios de ellos y sobre todo sin un rayo de luz y de esperanza, decidieron hacer uso de las facultades de Propa– ganda para trasladarse a América, con ánimo de ir al Marañón o las Amazonas; y, aprovechando el mismo navío que les había llevado, en él se embarcaron el 27 de junio de 1647, dirigiéndose a Cartagena de Indias. En Guinea quedaron sin embargo dos de ellos: los PP. Serafín de León y Antonio de Jimena, el primero por enfermo y el segundo por hacerle com– pañía, y sobre todo compadecidos ambos de la situación y abandono en que quedaban aquellas pobres almas (87). (85) AHU, Conselho Ultramarino, Cod. 275, fol. 125, Cartas de todos las con– quistas de 1644 a 1647. (86) El P. Francisco de Vallecas, uno de los misioneros que quedaron en Alé, nos refiere en una carta, escrita al P. Provincial desde Urabá en 1648 (BN., Ms. 3818, ff. 29-31), lo que sucedió con tal Visitador, quien se presentó a él en plan suave y comedido: «tenía un aspecto y conversación todo muy religioso, mostró grande esti– mación de nuestra religión» : pareció muy celoso de la salvación de las almas y él mismo les prometió llevarlos a Sierra Leona, pero que luego «nos llegaron cartas de Gambia, en que el P. Fr. Gaspar nos avisaba de todo lo sucedido y decía que no nos fiásemos del Visitador ... Llegó en buena ocasión el aviso, porque estábamos tan pagados del proceder de dicho Visitador, que tratábamos de irnos en su compañía; de allí adelante nos cautelamos de él, mirámosle a las manos y tuvimos traza para cogerle una carta que escribía al capitán de Cacheo, en que le daba cuenta de las diligencias que había hecho con ·1os capitanes franceses y holandeses, y que estaban a su disposición; con esto excusamos el acompañarle en su navío y, en conformidad de lo que el P. Fr . Gaspar de . Sevilla ordenaba en la suya, nos embarcamos en un navío inglés que iba a Gambia ... Allí se juntaron todos los religiosos y unánimes se resolvieron de, atentos los riesgos grandes, ningunas esperanzas de hacer fruto y que sin duda en faltando el navío, nos habían de coger los portugueses, como al P. Fr. ·Ma– nuel y a sus compañ eros, que nos fuésemos en el mismo navío a Cartagena» . (87) Así lo consigna el P. Vallecas en la mencionada carta: «En veinte días que se dilató la partida, el P. Fr. Serafín de León y yo enfermamos gravemente, y dicho Padre, hallándose muy flaco y sin fuerzas para emprender navegación tan larga y por otra parte compadecido de aquellos pobres cristianos de Arrecife, pidió él quedarse con un compañero, que gustó de serlo el P . Fr. Antonio ds Jimena: el P. Presidente vino en ello, atendiendo al consuelo de aquellos Padres, al consuelo de los cristianos, a la seguridad con que podían estar en aquel puerto (Gambia), de donde con mayor

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