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APÉNDICES 249 menos la de los otros, porque sus padres necesitaban de los hijos, y que así no podían gastar el tiempo en eso; sobre lo cual tuvimos largo razonamiento sin poderlo convencer, de lo cual se nos siguió no poco pesar, viendo cuán mal nos salían todos los medios y cuán de todo punto se nos cerraban las puertas. Pero nos procuramos sosegar con Cristo Señor nuestro y conformar con su divina voluntad, conociendo que todo el bien, medios y auxilios eficaces vienen de su piadosa mano. »Viendo este medio ya desvanecido y que todo cuanto intentábamos nos salía en vano, procuramos valernos de otro, que fué hablar a los capitanes por medio de un intérprete que nos costó no poco, por tener orden del rey para que no nos asistiesen. No obstante, le obligamos con algunos agasajos y fué con nosotros, aunque con cautela. Propusímosles a algunos de los capitanes fidalgos lo que ya en diversas ocasiones les habíamos dicho y ahora se lo agra– vamos cuanto fué posible, representándoles los daños grandes que a sus almas hacían y a los infelices de aquel reino: que, supuesto les era fácil la entrada en palacio, le dijesen al rey nos permitiese predicar libremente en su reino, ya que él no quería dejar sus errores; a lo cual también nos respondieron, tomándolo muy de chanza, que no era posible : que nos estuviésemos quietos porque en esta materia no había de haber novedad alguna en el reino, con que nos hallamos totalmente negados a todos los medios, y ya el rey enfadado de nosotros; y el no habernos echado de su reino, más fué por temor que por amor, porque le habíamos propuesto, para ver si le podíamos obligar, que el rey de España se daría por muy ofendido de que le hubiesen venido a engañar y que así procuraría tomar la satisfacción del agravio, y que cuando él procedió con tantas atenciones con su embajador y tan largas asistencias por lo que se le había propuesto, se le sería motivo de gran sentimiento el saber por los efectos que era falso, y que le sería muy fácil enviar una armada para que a él y a todos los de su reino se les quitasen la vida o libertad, abrasán– doles y aniquilándoles todas sus haciendas y pueblos, de la cual propuesta rece– loso tomó la atención de no desterrarnos de su reino·, pero él procedía de suerte que, aunque no nos enviaba, nos daba motivos para que nosotros nos salié– semos desesperados de coger en ningún tiempo algún fruto. »Viéndonos, pues, en este estado y que ya los negros todos nos miraban con aborrecimiento y que la mejor palabra que en ellos experimentábamos era llamarnos cachoros y otras semejantes, tratamos con un fervoroso espíritu y celosa osadía salir por las calles y plazas predicando a voces, condenando sus errores y despreciando sus ídolos, que, a no tener el temor que ya he dicho, nos hubieran hecho a todos pedazos, según el furor y saña que habían concebido en su pecho; y no obstante, en una ocasión cogieron a dos religiosos que con santo celo les reprendieron y afearon la acción de estar sacrificando y venerando a sus falsos dioses con los cultos que ellos rezan, y, dándoles muchos palos, los arrnjaron en el suelo, pisándoles y acoceándoles y dejándoles casi muertos, que a no haber llegado un negro de respeto y de ánimo más piadoso, hubieran acabado con ellos. Hízonos retirar el rey, dando orden que no saliésemos de casa. »Hallándonos ya reclusos, sin saber qué medio tomar, porque el de hablar al rey cada día se nos iba imposibilitando más : el comunicar con los otros nos era prohibido y vedado, permitiéndonos solamente el salir para ir a palacio a buscar el socorro necesario para la conservación de la vida, que nos costaba

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