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248 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA plicidad de las mujeres y de las demás supersticiones e idolatrías que los otros, siendo aún peor en la correspondencia de nuestra asistencia, porque, habién– dole reprendido algunas veces, nos llegó a amenazar, diciendo que, si nos metiamos con él, nos había de quitar la vida. No obstante la obstinación de éste y de los demás, procuramos darle a .entender su miseria y perdición con toda libertad de espíritu en muchas ocasiones, valiéndonos de los medios que pudimos para justificar la causa de Dios, si bien todos nos salieron en vano, porque afeándoles ya con amor y cariño sus acciones a éstos que eran cristianos, compadeciéndonos más de su miseria que la de los otros, pues por haber llegado a conseguir la mayor dicha que es la recepción del santo bautismo, son más infelices en no lograrla; de donde se infiere que esta gente para ser buena ha de ser trasladada, porque en su reino y tierra parece caso imposible que ninguno sea bueno, hasta que llegue la mano poderosa de Dios que con auxilios muy eficaces los reduzca al verdadero conocimiento; y si en las batallas y contiendas con estos que eran cristianos y que por lo que habían visto estaban más inteligentes de los misterios de nuestra santa fe y religión cristiana, salimos, si no rendidos, no vencedores, bien se deja entender el lidiar con los bárabros cuánto sentimiento nos ocasionaría, y el mayor era ver que ningún medio se nos lograba, hallando las puertas y caminos tan cerrados por todas partes, que sólo nos quedaba el de la divina misericordia para pedir fervorosos a su divina Majestad nos abriese algún camino por donde tuviésemos entrada para persuadir y convencer a estos bárbaros de sus errores, para lo cual, viéndonos ociosos y deseosos de ocupar el tiempo, arbitramos otro medio, que, si lo hubiésemos logrado, no era poco, eficaz para el intento, porque, habiendo reconocido ser estos negros apasionados por saber leer y escribir, le propusimos al rey las conveniencias grandes que de la enseñanza de los niños se les seguiría al reino, y que para que viese le habíamos venido a servir, le propusimos con gusto nos diese o mandase dar doscientos mucha– chos, ya que no se nos permitía el poderlo hacer sin su orden, a los cuales enseñaríamos así a leer y escribir como la lengua española; juzgamos se facilitaría con esto la instrucción de los misterios de nuestra santa fe; pero aun esto no nos quiso conceder, respondiendo que no era razón que estas cosas las supiesen muchos, porque teniendo él más de doscientos hermanos, que sólo a él envió su padr!! a Ofra para que aprendiese la lengua española y que no envió a otro alguno y que tampoco le convenía a su reino supiese leer ni escribir la gente ordinaria. Y, viendo su terquedad, le dijimos que con cincuenta nos contentaríamos con calidad que había de venir también el príncipe o que le iríamos a enseñar a su casa. Dijo que sí, que estaba bien y que así lo ejecu– taría y que avisaría algunos de los capitanes y fidalgos para que enviasen a sus hijos, la cual respuesta recibimos con indecible gusto y consuelo por pare– cernos que el medio era bueno aunque fuese a la larga y que, sabiendo algunos de los muchachos las verdades de nuestra santa fe y enseñándoles nuestra lengua y siendo hijos de los capitanes, llegaría día en que lo fuesen ellos y el príncipe rey y que estarían más dispuestos para la luz y auxilios que Dios nuestro Señor quisiere comunicarles, aunque fuese sin esperanzas de gozar nosotros la dicha ni coger ese fruto. »Pasáronse algunos días, y viendo que ni el principe ni alguno venía, volvimos a hablar al rey y respondiónos con gran doblez, divirtiendo la conversación, riéndose mucho de nuestro cuidado y diciendo que el príncipe o estaba malo o se iba a recrear y que así no era tratable su enseñanza ni

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