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APÉNDICES 247 que aquello prometía algún logro, y juntamente nos pareció dar aviso a la Sacra Congregación para que hiciese enviar más religiosos por habernos faltado cinco compañeros y hallarnos los demás tan faltos de salud, que cada día esperábamos había de ir a menos. »Apenas supo el rey que el navío había partido, cuando descubrió el doblez y engaño con que hasta allí había procedido. Comenzó a hacer chanza de la enseñanza, diciendo que el aprender aquellas cosas sólo era para muchachos, pero no para él, que ya era grande. Alentámosle diciendo que el tiempo lo facilitaría y que no le diese cuidado, porque nosotros tendríamos toda la espera que quisiese, y respondió que no tratásemos de eso. Hablámosle de los he– chizos que estaba haciendo: replicó que no era posible dejarlos por ser cos– tumbre de la tierra, como tampoco quitar los ídolos, porque los capitanes no venían en ello ni querían darle esa permisión, que era cosa que habían observado sus antecesores y su padre, a que debía toda atención y respeto: que cada una de aquellas cosas tenía su oficio y ministerio: que, si las quitaba, moriría instantáneamente, se le entrarían los enemigos por las puertas, sin poderlos resistir con ningunas fuerzas. No obstante esta resolución, no dejamos de continuar nuestra empresa, interponiendo todos los medios posibles, aunque fuese con repetidas importunaciones, y, viendo que a toda prisa se nos iban cerrando las puertas para la consecución de nuestro fin, no desmayamos, antes bien con más fervorosas oraciones y santos ejercicios llamamos a las del cielo, suplicando a la divina piedad abriese camino por donde aquellos infelices hombres saliesen de su miserable estado, y que los instruyese el entendi– miento para que, libres de la ceguedad de los errores, conociesen la verdad infalible de nuestra santa fe católica como medio necesario para la salvación. »Vista y experimentada ya una y muchas veces la resolución proterva, nos resolvimos a decirle la verdad con todo fervor, sin los términos cariñosos que hasta allí, poniéndole por delante la inmortalidad del alma y la pena eterna que le esperaba por ser el instrumento de los daños que sus vasallos reciben, pues, habiéndole pedido licencia para bautizar los niños y predicar el Evangelio a los adultos, siempre nos lo negó, prohibiendo a los intérpretes que nos asistiesen para este efecto, y, aunque es verdad que eran cristianos algunos de ellos, no fué conveniencia para nosotros, antes bien fuera de grandísimo emba– razo y estorbo si llegara el lance de querer abrazar nuestra santa fe católica alguno, porque, viéndolos cristianos a ellos y teniéndoles por tales, los miran juntamente idólatras, hechiceros y casados con muchas mujeres, sin diferen– ciarse de los otros en cosa alguna, ni haber sido posible nuestras repetidas instancias ni predicación, que, por ser ladinos e inteligentes de nuestra lengua, nos era más fácil el que se redujesen; pero es una gente tan ciega a la luz de toda razón, que no hay ninguna para poderlos convencer y sólo pudimos sacar de ellos por respuesta que aquello era bueno, y, reconviniendo al emba– jador con su mismo proceder cristiano, que estuvo en España, dQJ1defué bautizado, nos respondió que en España, como en España, y en Arda, como en Arda, retirándose tanto de nosotros y huyendo el cuerpo como si le hubié– ramos de inficionarle con algún pestífero contagio. El otro intérprete que nos dió S. M. en España, así para- la asistencia del embajador como para facilitar nuestra entrada en aquel reino, por ser un negro muy ladino y de capacidad y tener de asistencia en España más de 44 años, donde estaba casado y con obligaciones de hijos, luego que se vió en Arda, olvidado de la cris– tiandad, se entregó bárbaramente a todo género de vicio, usando de la multi-

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