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246 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA Dios, suplicando a su Majestad nos comunicase su espíritu para conformarnos en cualquier acontecimiento. »Pasóse el día siguiente sin llamarnos; hízolo al otro día; hallámosle muy apacible y fervoroso, diciéndonos que quería ser cristiano y dar de mano a todo lo que le embarazaba e impedía, pidiéndonos le instruyésemos con bre– vedad en los misterios de nuestra santa fe católica y le enseñásemos las oraciones: que en todo estaría sujeto y rendido a nuestra voluntad, y con efecto repitió algunas veces, yéndole enseñando nosotros; todo lo cual descu– brimos en breve ser falacia y que iba con doblez y engaño, pues habiendo soli– citado varias y repetidas veces el hablarle, no fué posible, negándonos siempre la entrada, hasta que por último nos envió un recado, diciendo que allí está– bamos muy desacomodados: que nos retirásemos a Ofra, que es el lugar donde primero estuvimos, una legua del mar. Procuramos disuadirle de su propósito, diciéndole gozábamos de mucha conveniencia, y a la verdad era grande la cercanía para el logro de nuestros designios. Replicó que nos fuésemos, sin que bastasen instancias repetidas nuestras para disuadirle de su resolución, porque en esta materia de tenacidad son terribles. Enviónos a decir que él nos enviaría a llamar a tiempo que, quedando bautizado, pudiese traer las nuevas a España el navío. En fin: fué preciso e inexcusable volvernos al lugar de Ofra. Pedírnosle licencia para catequizar y enseñar allí y juntamente para bautizar algunos niños por no estarnos ociosos, a lo cual replicó que por ninguna manera, porque no era justo que ninguno en su reino supiese antes las oraciones que él, ni tampoco que se bautizase ninguno, cosa que siempre nos prohibió y por cuya razón nos tuvo encerrados en palacio sin permitirnos salir a la calle en todo el tiempo que estuvimos en la corte. »Apenas nos hallamos en Ofra, cuando empezamos a enfermar todos tan rigurosamente y con tanto aprieto, que no nos podíamos asistir los unos a los otros, y así se nos murieron en breves días cinco compañeros, y todos los demás nos hallamos tan próximos a la muerte, que el haber quedado con vida lo atribuimos a milagro, y, aunque tan agravados con las enfermedades y achaques, nunca omitimos el solicitar hablar al rey, si bien no pudimos conse– guirlo por muchos días, hasta que, estando para partirse el navío que había de traer las nuevas y noticias a España de la resolución de esta materia, nos envió a llamar el rey, diciendo quería bautizarse. Volvimos gustosos a ver lo que Dios quería de nosotros; en este último lance hablamos al rey y dijo lla– maría a todos los capitanes y fidalgos de su reino, porque sin su consenti– miento y beneplácito no podía quitar los ídolos, por ser antigua costumbre de su reino, ni tampoco podía faltar a la observancia de sus ritos sin acuerdo de sus capitanes y fidalgos, todo lo cual se conoció ser falacia del rey y que no hubo en su pecho cosa más olvidada que el tratar de ser cristiano, aunque nos decía que sí. Dijímosle que el traer las noticias este navío de cómo quedaba cristiano sería de gran consuelo para el rey de España y para todos los de su reino, y así era necesario se facilitase más que hasta allí la entrada para poderle catequizar. Propuso llamarnos dos veces cada día para su enseñanza; hízolo algunos días y faltó los más, excusándose con sus muchas ocupaciones. Llegó el tiempo de partirse el navío; por hallarse falto de disposición por el poco cuidado que ponía en esto y no pudo ser bautizado, si bien nos daba algunas esperanzas, de las cuales motivamos, por no omitir tan oportuna ocasión por la seguridad que nos prometía el católico celo del capitán del navío de que daría con puntualidad las cartas, dimos noticia a España de cómo nos porecía

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