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APÉNDICES 233 los Padres Misioneros y estos les sirvieron espiritualmente, de que quedaron tan aficionados a los Padres, que les instaron muchísimo para que quedasen con ellos, les predicasen y cultivasen aquella viña del Señor. Pero, tampoco se detuvieron, por ir a hacer Misión en países de infieles de la Africa, como les precisaba el Decreto de la Sagrada Congregación tantas veces ya citado, y de– terminadamente al reino de Huete, a donde intentaban dirigirse para hacer allí Misión, según las noticias adquiridas en la isla del Príncipe, que les impelía eficazmente para ello. Mas no lo pudieron conseguir; porque, viendo el ca– pitán del bajel la gran estimación y aprecio para con los Religiosos, tanto de los de la isla del Príncipe, como de la de Santo Tomé, las instancias, los rue– gos y sóplicas con tanta copia de lágrimas que derramaban para que no les desamparasen los Padres, se llenó de imaginaciones, de sospechas y temores de que los religiosos habían ido a sublevar aquellas dos islas contra Portugal, y que las habían reducido a la obediencia y sujeción de nuestro católico mo– narca el rey de España. Tanta impresión hicieron estas sospechas en el capitán, que, haciéndose y aparentando de ministro muy celoso y leal de su rey, no sólo no dirigió la navegación hacia el reino de Huete, adonde los Padres que– rían, sino que les tuvo en la embarcación como presos, sin dejarles desem– barcar en parte alguna, y, padeciendo los religiosos muchos trabajos y malos tratamientos, llegó así con ellos a Portugal y los desembarcó en Lisboa. Ala– bemos las divinas disposiciones, pues permitió el Señor, que el capitán de la nave estorbase e impidiese los santos fines que tenían los Padres de la Misión en el Huete, y los dirigiese y desembarcase en Europa para otros fines de su adorable providencia. 178.-Aunque era forzoso que dicho capitán diera parte y razón a los su– periores en Lisboa, de haber traído en su nave a los religiosos, de las sos– pechas y temores ya referidos; con todo, ningún mal experimentaron allí ni Fr. Angel ni sus compañeros. Y, viendo estos ya frustradas sus esperanzas y la imposibilidad en que se hallaban de volver a embarcarse para regresar a la Africa, conociendo que no era del agrado de Dios, adoraron sus altísimas dis– posiciones y se salieron de Lisboa para Madrid. Dió nuestro Fr. Angel noticia de todo lo que les había sucedido a Monseñor Nuncio y, no satisfecho con esto, escribió desde allí a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide la re– pugnancia que él y sus compañeros hallaron en el Benín para admitir la Misión, las vejaciones, trabajos y molestias que toleraron y todo cuanto sucedió desde la salida del Benin hasta llegar a Lisboa y de aquí hasta haber llegado a Ma– drid y dado parte ·al Nuncio de Su Santidad. Este pliego lo entregó Fr. Angel a uno de sus compañeros que pasó a Roma; y se vino luego a su amada Madre la provincia de Valencia, para acabar en ella su vida, ya que nuestro Señor no quiso que la diera entre infieles por la dilatación del Santo Evangelio; que fueron siempre sus fervorosos deseos y sus vivas ansias hasta lograr derramar su sangre por la gloria de Dios y por la salvación de las almas de sus prójimos. Por lo que no dudamos antes sí afirmamos que nuestro Fr. Angel se alzó con el triunfo y laurel de esclarecido mártir, no por haber derramado su sangre y haber perdido su vida a manos y odio de los perseguidores del Santo Evan– gelio, sino fué mártir por su gran paciencia en tolerar tantas calumnias, tribu– laciones, persecuciones y trabajos que dejamos referidos, lo que, en pluma de San Gregorio el Magno, es especie de martirio, como lo afirma exponiendo al profeta Ezequiel, por estas palabras: «Nosotros, dice, podemos ser mártires,

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