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232 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA los Padres en aquella isla trabajando en beneficio de las almas, se vió una total reforma de perversas costumbres y vicios. Se vió una muy grande frecuencia de Sacramentos, unas vivísimas ansias de dejar el mundo y retirarse a los de– siertos, a huir del todo del peligro de las engañosas y mundanas felicidades, a dedicarse al rigor de la mortificación y penitencia y al trato continuo con Dios, empleados totalmente a servirle y obedecer a sus divinos mandamientos. En fin, tan admirables fueron los progresos que aquellos isleños hicieron en la fe y en sus misterios, en santas costumbres y cristianas operaciones, que los Padres se llenaron de sumo consuelo, no cesaban de dar gracias a Dios y por bien em– pleados cuantos trabajos habían tolerado hasta entonces, al ver tantos y tan apre– ciables frutos que con su aplicación y principalmente por los auxilios de la di– vina gracia habían cogido y puesto en la troje de nuestro Señor Jesucristo. 176.-Jamás se olvidaba nuestro Fr. Angel de andar preguntando e inqui– riendo noticias por si se proporcionaba algún país en la Africa en el cual pu– diese con sus compañeros establecer en él la santa Misión, según el Decreto ya referido de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide. En los seis meses que estuvieron en la isla del Príncipe, adquirieron la noticia de que en el reino de Huete, vecino al del Benín, lograrían mucha disposición para establecer la Misión, porque en él había muchos cristianos, el rey ser bastante instruído, pues sabía leer y escribir, y pocos años antes se había casado con una señora portuguesa y por carecer de ministros evangélicos. Estas noticias encendieron en los corazones del Prefecto y de sus compañeros llamas de vivísimos deseos de buscar oportunidad para irse al dicho reino de Huete, cuando todas sus cir– cunstancias facilitarían admitir en él la santa Misión sin la contrariedad y re– pugnancia que experimentaron en el Benín; pues, a haber tenido entonces estas buenas noticias del reino de Huete, sin detención se hubieran pasado a él. Acertó, pues, a aportar en la isla del Príncipe un batel portugués; y, figurándose que haría viaje· hacia aquel reino o sus cercanías, trataron con el capitán, quien con– vino en que se· embarcaran, sin manifestarles su dolo y malicia, que tenía con los Padres para ejecutar con ellos lo que después diremos; antes bien les ocultó el rumbo de su navegación. Próximos ya al embarco, se despidieron los misio– neros de los isleños, los cuales, derramando ríos de lágrimas, viendo el gran bien que perdían con su ausencia, les rogaron y suplicaron que no les dejaran huérfanos y desamparados. Por todos medios intentaron y procuraron impedir su partida, pero no pudieron y, por tanto, les propusieron varias razones a ver si les detendrían. Entre otras fué una la siguiente : «Padres muy amados, les dijeron, nosotros tenemos derecho a deteneros aquí, porque, si la ley natural nos obliga a conservar la vida y la salud corporal aplicando los medios que hay para esto, mucho más nos obliga y apremia atender con todo nuestro esfuerzo por la salvación de nuestras almas; y el medio que hay para esto, asociado con el divino auxilio, es que permanezcáis con nosotros, pues ya que habéis prin– cipiado la obra la continuéis y perfeccionéis hasta su último complemento». Bien conocían los Padres la eficacia de este razonamiento; pero, atendiendo siempre a obedecer a la Sagrada Congregación que les mandaba establecer la Misión en países de infieles, les fué preciso dejar la isla del Príncipe para pasar al reino de Huete; y así se embarcaron y se hicieron a la vela con buen viento. 177.-En este su viaje hicieron escala, como dicen los marineros, en otra isla también de católicos, llamada de Santo Tomé, en donde desembarcaron y fueron muy bien recibidos de aquellos isleños, los que obsequiaron mucho a
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