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APÉNDICES 231 fué el objeto que les trajo a aquellos reinos de Africa. Aportó por entonces en Arbo un patache inglés cuyo capitán era también protestante, del cual reci– bieron los Padres un buen trato. Hablaron con él y le rogaron si les haría la ca– ridad de llevarles en su embarcación. Desde luego convino en ello, y con mu– cha piedad les ofreció que los conduciría a su costa liberalmente hasta el cabo que llaman del Lobo, pues, puestos allí, podrían adquirir noticias, por concu– rrir en aquel puerto embarcaciones de todas naciones, y determinar el rumbo que habían de tomar para la conversión de los infieles, ya que no la habían logrado en todo el reino del Benín. 174.-Embarcados en el patache inglés, salieron de Arbo, dirigiendo la proa a cabo del Lobo, como lo habían tratado y convenido con el capitán, y con el fin de adquirir noticias allí de otros países gentiles para ejercitar su celo fer– voroso en la conversión de las almas de sus prójimos. Estos eran sus deseos y sus ansias sin cesar. Porque por más debilitados por la muchedumbre de los trabajos padecidos, de enfermedades, de hambre, de sed, de golpes que se re– cibieron en sus cuerpos, de ser abofeteados, arrastrados y vilipendiados y de haber sufrido tantas penalidades como dejamos referidas, mas su espíritu es– taba robustísimo y prontísimo para tolerar mayores trabajos por nuestro Señor Jesucristo, y por la dilatación del Santo Evangelio en tierras de infieles. Pero, como los juicios de Dios son incomprensibles, dispuso su altísima providem;:ia otra cosa para la utilidad espiritual de muchas almas, que necesitaban del auxilio, de la doctrina y dirección de nuestro Fr. Angel y de sus compañeros. Ya hemos dicho que el intento del capitán inglés, igualmente que los de los Padres, eran de aportar en cabo del Lobo para el expresado fin; pero nuestro Señor, contra todo humano consejo y contra todo viento, hizo que al amanecer del siguiente día viniesen a dar en la isla llamada del Príncipe, cercana al Congo y sujeta al rey de Portugal. Es innegable que Dios envió y condujo a los Padres Mi– sioneros a esta isla, pues, sin prevenirlo ni intentarlo ni poder evitarlo los pi– lotos del patache, se hallaron en dicha isla para dar el pasto espiritual y re– mediar a muchas almas que la habitaban. Eran todos católicos y no pocos; los adultos pasaban de tres mil y los niños muchísimos y todos necesitados de sa– ludable doctrina y de quien se la suministrase, y, por carecer de esto, estaban llenos de ignorancias en lo perteneciente a la fe y buenas costumbres. Es ver– dad que tenían un solo sacerdote, que era párroco, mas cortísimó de talento y muy falto de doctrina, de que se seguía lo que dijo el profeta Jeremías: que los párvulos pedían pan y no se hallaba quien se lo distribuyese. Así estaban estos isleños sin tener quien les diera el pan saludable de la doctrina cristiana, cual convenía. Y, aun con tener este único sacerdote, daban muchos gracias a Dios, porque les solía suceder que muriendo el sacerdote, se pasaba el año y tal vez años que se les enviase otro a causa de la gran distancia de allí a Por– tugal; siguiéndose de esta falta que muchos morían sin los Sacramentos de la Penitencia, Viático y Extremaunción, lo que causaba a aquellas pobres gentes suma aflicción y dolor. 175.-Saltaron, pues, en tierra todos los Padres de la Misión, y fueron tan bien recibidos de aquellos isleños, como ángeles enviados del cielo y como una apacible lluvia en tiempo de gran sequedad. Desde luego se dedicaron a cul– tivar aquel campo lleno de malezas, de malas costumbres, exhortando, corri– giendo, catequizando y predicando y administrando los Santos Sacramentos a los que veían bien dispuestos; de suerte que en solos seis meses que estuvieron
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