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APÉNDICES 229 hombres armados y prevenidos por el veedor tantas veces nombrado para que los llevasen presos al ya referido pueblo llamado Goto, como lo ejecutaron. 170.-Es indecible la muchedumbre de molestias y trabajos que padecieron nuestro Fr. Angel y su compañero Fr. Felipe en este camino, por lo largo de él, pues, como ya dijimos, era de diez leguas, por la hambre y sed, que les fa– tigaba mucho, estando en ayunas cuando los sacaron del hospicio, y por las muchas vejaciones que los bárbaros les harían. Se notaría de bastante prolijidad si los refiriéramos todos en particular, como también los muchos sucesos de esta jornada. Solamente diremos el siguiente por más raro y singular. Al romper el alba del día siguiente, llegaron a un sitio no muy distante de Goto, en el cual vieron los religiosos una plazuela red0;nda y en ella un grande y muy frondoso árbol, y al pie de su tronco una cantidad de bolsas hechas de masa de arroz en figura y tamaño de naranjas, junto a ellas una mediana calabaza llena de vino del país, que es como cerveza. Preguntó Fr. Angel a los que le llevaban preso qué significaba todo lo dicho. Respondieron ellos que en aquel árbol residía el gran diablo, y todo lo que allí miraban eran ofrendas que varios le habían he– cho en su honor y obsequio. De esta respuesta se valió Fr. Angel para desenga– ñarles; por lo que les dijo: «Vosotrostenéis sed, y ya que la calabaza tiene vino, bebed y descansemos todos». Eso no, dijeron ellos, aunque pereciésemos de sed, pues al instante nos mataría el gran diablo. «No temáis, les dijo Fr. Angel, que estando nosotros presentes, que somos ministros de Dios omnipotente, ni ese, ni otro diablo se atreverá a hacer algún mal, porque el mismo Dios nos ha dado potestad sobre ellos, y, usando ahora de ella, les mandamos se pongan ahora bajo de nuestros pies para que no os hagan daño». Replicó el más ladino di– ciéndole: «No te canses que no hemos de beber, y si tú te atrevieras a tocar la calabaza, al instante morirías». ¿Qué mayor ceguedad cual la de aquellos bár– baros? Mas nuestro Fr. Angel, para curarles de ella y mostrarles la virtud de la fe cristiana y la potestad sacerdotal, armándose con la señal de la Cruz e in– vocando el santísimo nombre de Jesús, tomó la calabaza en las manos y les dijo: «¿No veis, miserables, cómo ese diablo que decís no se atreve a hacernos mal?». A vista de esto todos siete se llenaron de asombro. Con todo uno de ellos confiado, aunque vanamente, en sus hechicerías, volvióse hacia el árbol y estuvo por un rato haciendo signos y visajes, dando con esto a entender que hablaba con el diablo; y después le dijo al Prefecto: «Ahora sí morirás, si bebes de ese vino». «¿Qué dices, bárbaro -le replicó Fr. Angel-, no ves que todo eso es ilusión y engaño manifiesto del demonio que os tiene amedrentados y alucina– dos? Ahora veréis la virtud y poder de nuestro omnipotente Dios y que nada puede hacer ese diablo, si nuestro Señor no le da licencia y permi~ión para ello». Sacó un vaso de la manga del hábito y echó vino en él, y mostrándoseles, dijo: «Advertid que no bebo de este vino por ser cosa ofrecida al diablo, pues por esto lo detesto y abomino»; y arrojó el vino en el suelo. Volvió a poner vino en el vaso y lo mismo hizo en otro vaso Fr. Felipe, y les dijo Fr. Angel: «Ahora sí beberé por ser este vino criatura de Dios, y por honra y gloria del Señor que la crió, y para vuestro desengaño». Hicieron la señal de la cruz so– bre· el vaso y bebieron entrambos no una sola vez, sino varias hasta apagar la gran sed que padecían, siendo como era la bebida fresca y sabrosa. Atónitos quedaron aquellos bárbaros a vista del suceso, y, aunque los Padres les instaron para que ellos bebieran asegurándoles de parte de 'Dios que no les dañaría si se redujesen a abrazar la fe cristiana, no hubo· remedio, continuando en sus des-

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