BCCCAP00000000000000000000226

228 MISIO NES CAPUCHINAS EN ÁFRICA su apostólico ministerio, pero no pudieron porque les cerraron todas las puer– tas. Por lo que, llenos de trofeos y méritos por haber padecido por su amado Jesucristo y a su imitación, se fueron al hospicio y refirieron el suceso a sus compañeros. 168.-En aquella misma noche entraron todos los Padres en nuevo peligro de perder la vida; porque, fingiendo el veedor viejo una orden del rey para que les sacasen de la ciudad, y enviando mucha gente armada, se les intimó para que lo ejecutasen sin detención. Suplicáronles los Padres que suspendieran la ejecución hasta la mañana, y, regalándoles algunas cosillas, convinieron; y así ·pasaron aquella noche pacíficamente y prepararon más sus ánimos para todo cuanto quisieran los bárbaros ejecutar con ellos, ya fuese destierro, ya los ma– yores tormentos o ya la muerte más atroz. Apenas amaneció, volvieron los mi– nistros con nuevos apremios y prisas para sacarles de la ciudad. Y, respondién– doles nuestro Fr. Angel que no podía ser sin ver primero al rey y saber la res– puesta a las cartas que le había traído, le acometieron y, cogiéndole de los pies, le arrastraron por un gran trecho, dándole muchos golpes; de suerte que el santo varón juzgó lograr entonces la muerte por Jesucristo, ya que en el día antecedente no la había conseguido. Estando en este conflicto, llegaron dos de los principales ministros; levantáronle del suelo y le dijeron que le llamaba el rey para hablarle. Alegróse mucho nuestro Prefecto con la noticia, discurrien– do que la diligencia del día anterior habría hecho algún buen efecto en el real ánimo, y, tomando el mismo compañero, el P. Fr. Felipe, se encaminaron con los dos ministros hacia palacio. 169.-Cualquiera que reflexione lo que hasta aquí hemos referido de los trabajos, penalidades, vejaciones, traiciones y asechanzas que sufrió nuestro Fr. Angel, y los demás que vamos a escribir, claramente conocerá, cual perfecto imitador de los santos Apóstoles, particularmente de San Pablo en sus viajes y peregrinaciones por mar y por tierra para dilatar la fe católica, y así de otros santos, como un Ignacio Mártir y un Atanasio y un S. Juan Chrisóstomo y otros muchos. No queremos detenernos en escribir la gran semejanza que nues– tro Prefecto por sus hazañas tuvo con los dichos para no causar molestia al que leyere; porque, con tener una mediana noticia de sus vidas admirables y tan llenas de penalidades, fácilmente hallarán la semejanza entre éstas y la de nues– tro insigne héroe Fr. Angel. Llegó, pues, con su compañero al palacio del rey, y, al tiempo de entrar, le detuvieron los dos ministros que acompañaban, di– ciéndole que el rey estaba fuera de la ciudad y así era preciso andar a bus– carle. Con esto conoció el Prefecto el engaño y que le tenían fraguada alguna traición. Empezaron a andar por donde les guiaban los ministros, y, después de pasar por varias calles y plazas, les sacaron de la ciudad. Habló nuestro Fr. An– gel a su compañero y le elijo: «Preparémonos, Padre, con el fervor y disposi– ción posible, pues, según parece, hemos de conseguir hoy la honrosa y apre– ciabiüsima felicidad de morir por el Santo Evangelio de nuestro Señor Jesu– cristo. Estos nos llevan al degüello:, o a lo menos a ponernos en cárcel, en la cual perezcamos de hambre, de sed y llenos y consumidos de trabajos. Buen ánimo, compañero, buen ánimo; pues, como dice el Apóstol de las gentes, nada son las penalidades de este mundo comparadas con la gloria que por la miseri– cordia de Dios debemos esperar y conseguir». No les sucedió lo primer o, mas sí lo segundo en parte. Porque, apenas salieron de la ciudad, encontraron siete

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz