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226 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA alguna en su reino sin consejo suyo. Y para que el rey no supiera lo que suce– día entre sus vasallos, le tenía persuadido con el color y apariencia de mayor grandeza, que no saliera de palacio sino una vez al año, ni se dejase ver de nadie. pero para que el rey estuviese contento en esta especie de encerraminto, ni as– pirase a buscar ni apetecer diversiones por fuera, se las tenía dispuestas en el mismo palacio,, que era capacísimo, con variedad de músicos y con tener a su disposición para sus sucísimos deleites y obscenidades quinientas concubinas, y aún hay quien afirma pasaban de tres mil. Tal era la astucia del veedor y tal su infernal malicia para así no perder la privanza con el rey. 166.-Sabiendo esto nuestro Fr. Angel y sus cnmpañeros y mirando por otra parte que no les socorrían en las cosas precisas; que les tenían como presos con guardias de vista; que no les dejaban hablar con el rey, ni nadie, aunque preguntados por los Padres mismos, les quería enseñar la lengua del país ni los reinos vecinos a donde pudieran ir a predicar, todo esto por disposición de los veedores, perdieron la esperanza de hacer fruto alguno en el Benín. Por esto quisieron dejar a aquellos bárbaros en su voluntaria ceguedad y, haciendo lo que dispone el Santo Evangelio de sacudir el polvo de los pies, pasarse a otros ·países infieles para su conversión, cumpliendo así el decreto de la Sa– grada Congregación, que ya referimos en el capítulo vigésimo nono pasado,. Así, afligidos. los fervorosos Misioneros, no cesaban de clamar y rogar a nuestro Señor les ilustrase e inspirase lo que fuese voluntad suya para ejecutarla, y lo– graron que su divina Majestad les diese luz y medio para que, más fructificando su causa y la del mismo Dios, pudieran salir de la opresión y aun del reino de Benín, y fué de este modo. Supieron los Padres que en el día siguiente hacían aquellas gentes un solemne festín en presencia del rey en su mismo palacio, el cual se reducía a que, después de variedad de danzas, de músicas y otras bár– baras diversiones, hacer por último un horribilísimo sacrificio al demonio, de– gollando en obsequio suyo doscientos hombres. ¿ Qué mayor ni más cruel bar– baridad? Con esta noticia, no teniéndose por seguros, prepararon sus ánimos y resolvieron oponerse a aquel funestísimo festín e impedir en cuanto pudiesen tantas ofensas de Dios, aunque fuera por esto perder sus vidas. Por lo que nues– tro Fr. Angel, como Prefecto y pastor de aquella pequeña evangélica grey, ha– bló a sus compañeros con el mayor espíritu y les dijo: «Ya veis, Padres míos muy amados, el estado de las cosas y el gran peligro en que nos hallamos, des– títuídos de todo humano remedio y sin esperanza de coger fruto alguno espi– ritual para estas almas poseídas de las más palpables tinieblas del gentilismo e idolatría, antes sí podemos esperar la muerte, que se nos va trazando por los veedores. No es tiempo ni hay razón para que callemos, pues somos pregone– ros y ministros del rey, criador de todo lo que tiene ser, y predicadores del Santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que nos manda hablar aun en la presencia de reyes y presidentes de la maldad, asegurándonos que el Espíritu de su mismo Padre eterno, el Espíritu Santo, nos hará hablar y hablará por nosotros. Y así conviene que mañana salgamos en público y nos presentemos delante del rey y de sus ministros y de todo el gran concurso de gentes que acudirán a la fiesta, y levantando la voz publiquemos las verdades cristianas, exhortemos a todos para que las crean y abracen y desistan de tan abominable festín, impidiendo así tantos desórdenes y maldades contra nuestro Señor. No temamos a los que nos puedan atormentar y causar la muerte a nuestros cuerpos. Esta será nuestra felicidad, si sucediese, ésta será nuestra corona: dando la

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