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224 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA después de los cuarenta días, les dió la libertad sacándolos de la cárcel, y, po– niéndolos en un barco, les hizo conducir al río Benín. Ni parezca al que esto leyere que el practicar esto el gobernador fué en él virtud de compasión y mi– sericordia con los dos Religiosos, no por cierto; fué miedo, temiendo que, si el rey de España tuviese noticia de este cruel pasaje, pediría satisfacción a la Holanda, y así se recelaba de algún castigo y otras malísimas consecuencias. Na– vegaron, pues, Fr. Angel y Fr. Tomás. Gregorio hasta llegar al dicho río Benín, y, sin detenerse allí, fueron subiendo por él en busca de los demás Padres com– pañeros. Tres fueron los primeros que hallaron, y dos de ellos, que eran los Padres Fr. José de Jijona y Fr. Eugenio de Flandes, tan gravemente enfermos que brevemente murieron, pasando de esta vida a la eterna a recibir el galar– dón de su ajustada y santa vida y de las muchas penalidades que toleraron por dilatar la fe cristiana, procurando la conversión de los infieles. Nuestro Fr. An– gel, aunque no bien convalecido de su enfermedad, después de dar sepultura a sus dos compañeros difuntos, acompañándose con otro de los que halló allí, se partió a la corte de Benín, disponiendo que los demás se quedasen hasta que él mismo les diese aviso y entonces podrían tocios entrar en la ciudad. 163.-Está el reino de Benín en la costa de Africa, a siete grados antes de cortar la línea, y existe entre la Guinea, por la parte de la Provincia de Dauma, y entre el reino de Biafara; y a su dorso está el gran desierto y reino de Zam– fara. Es la capital del Benín ciudad muy grande y populosa; goza de buen temple y de saludables aguas, lo que ocasionó a nuestro Prefecto convalecer brevemente de sus males a poco tiempo que estuvo en ella. Hizo su entrada con su compañero día del mártir San Lorenzo del año mil seiscientos cincuenta y uno. Desde luego solicitó lograr la audiencia del rey; y aunque los ministros que allí llaman veedores procuraron . negársela con fingimientos, así como lo hicieron con los Padres Misioneros, que les habían entregado las cartas para el rey, que ya referimos en el capítulo antecedente, obligándoles nuestro Fr. An– gel con poderosas razones, y, con algunos donecillos que les regaló, consiguió lo que tanto deseaba. Llegó, pues, a la presencia del rey y le hizo relación del fin para que el Papa .les enviaba, lo que oyó con especial atención, buen em– plante y demostración de afecto. Preguntóle si había ya leído las cartas del Papa, las cuales sus compañeros habían entregado a los veedores. Dijo el Rey que ni aun las había visto; de lo que infirió Fr. Angel que ellos hacían y deshacían con el rey como se les antojaba. Mandó el rey llamarles y que le entregaran dichas cartas, y así se ejecutó, dándoselas intactas como las habían recibido de los Padres; porque no había alguno en la ciudad que supiese leerlas. Pidió el rey a Fr. Angel que le explicase su contenido por medio de un intérprete, que sabía el idioma portugués. Gustosísimo lo hizo el Prefecto diciendo que el con– tenido se reducía a reconvenirle con las peticiones, que el mismo rey había hecho al Papa por diferentes capitanes católicos para que enviase predicadores evangélicos que instruyesen a él y a tocios sus vasallos en las verdades cristia– nas; y que para esto les enviaba Su Santidad. Dió el rey muestras de gratitud y dijo a los Padres que gustaría mucho de que asistiesen en su corte, y haría lo posible para que se lograsen los deseos de tocios. Con esto se despidieron y no consiguieron por entonces otra cosa que buenas esperanzas. 164.-No quedó disgustado el Prefecto de la respuesta del rey, antes sí con– fiado esperaba que se lograría el fin de la santa Misión en aquel reyno. Por lo que dió orden para que los otros Religiosos compañeros viniesen a la ciu-
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