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222 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA Difinidores resolver las dificultades insinuadas en el capítulo pasado, como con efecto se allanaron. Bien es verdad que todavía se reconociese la falta de Reli– giosos en la Provincia, aunque se fueron vistiendo muchos Novicios; y, no pu– diendo componer que todos los asignados por la Sagrada Congregación partie– ran a la Misión del Benín, se resolvió que por entonces fueran los que buena– mente se pudieran enviar, dejando para más adelante destinar otros, estando aumentada la Provincia en mayor número de Religiosos. Así se ejecutó, exten– diendo su Real mano nuestro Católico Monarca D. Felipe Cuarto con su innata liberalidad y magnificencia para el avío de esta Misión. Ocho fueron los reli– giosos destinados para ella de las dos Provincias, Valencia y Aragón, cuyos nom– bres son los siguientes: Nuestro Fr. Angel, Prefecto; el P. Fr. José de Jijona, el P. Fr. Tomás Gregario de Huesca, el P. Fr. Eugenio de Flandes, el P. Fr. Bar– tolomé de Viana, el P. Fr. Felipe de Híjar, todos Predicadores, y Fr. Gaspar de Sos, Fr. Alonso de Tudela, Religiosos Legos. Los cuales, embarcados en un navío holandés, que fletó por su cuenta un capitán español, empezaron su na– vegación día primero de Febrero del año mil seiscientos cincuenta y uno:, y, favoreciéndoles el viento, llegaron a Canarias. Poco se detuvieron aquí, y, pro– siguiendo su viaje, después de muchísimas leguas de navegar y costeando la Guinea, desembarcaron en un pueblo de gentiles, cerca del castillo llamado de la Mina, que por aquel tiempo era fortaleza de los holandeses. 160.-Allí descansaron los Padres Misioneros algunos pocos días del gran trabajo de tan larga navegación, mientras se proveía el navío de leña y de agua. Como nuestro Fr. Angel estaba con tan vivas ansias de convertir infieles a la fe de nuestro Señor Jesucristo, dispuso una breve Misión para aquellas gentes, a lo menos para en parte lograr ,de ellas alguna afición hacia el Cristianismo y algún fruto para la gloria de Dios, y así sucedió en la realidad. Se formó una corta procesión compuesta de los ocho Misioneros y de algunos cristianos, que les acompañaban, llevando enarbolado un Santo Crucifijo, y fueron por todas las calles del pueblo con la mayor modestia y devoción cantando las letanías y otras alabanzas a nuestro Señor. Viendo esto aquellos gentiles, todos se conmo– vieron, y, sin que se instase ni se les convidase, voluntariamente se iban agre– gando a los Religiosos y les remedaban todo cuanto veían que éstos ejecutaban; de suerte que creció mucho la procesión, la que, finalizada, se mancomunaron los del pueblo, todos admirados y compungidos, y resolvieron, y lo ejecutaron así, pedir a los Padres que se quedasen allí con ellos para que les instruyesen y bautizasen. Se llenó nuestro Fr. Angel .con sus compañeros de un grande gozo al oír esta propuesta, mirando que ya empezaba la gracia de Dios a obrar en aquellas almas destituídas de evangélicos ministros. Por lo que nuestro Pre- . fecto les alabó sus buenos deseos y les confortó en ellos; pero que por entonces no podía darles gusto, porque debían obedecer a la Sagrada Congregación en pasar al Benín, y que les prometía con toda certeza que, establecida allí la Mi– sión, les consolaría; pues no siendo la distancia de su pueblo a la ciudad de Benín sino de doscientas leguas, con gusto volverían para el fin que preten– dían. Aceptaron ellos la promesa y en prendas de ella le suplicaron con instan– cias que para su consolación bautizasen aigunos niños, para que hubiese entre ellos algunas criaturas agradables a los divinos ojos. Reflexionando nuestro Fr. Angel que estas razones no parecían de gentes envueltas entre las tinieblas del gentilismo, sino que la gracia de Dios les iba ilustrando y disponiéndoles para su conversión, fundó algunas esperanzas de que después podría cultivar
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