BCCCAP00000000000000000000226
202 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA La misma diligencia se hizo con Su Santidad por medio de su Nuncio. Las cosas se fueron poniendo de tan mala calidad que, por último, antes de ver el efecto de dichos memoriales, se les envió orden para que, dejando la misión, se viniesen a Castilla, adonde llegaron a principios del año 1688 (158). Con su venida cesó la reducción de las almas de Sierra Leona y cesará para siempre si Dios no lo remedia y los serenísimos reyes de Portugal aplican los medios convenientes. ¡ Oh, qué estrecha cuenta darán a Dios los ministros reales que son causa de tales daños! Pero a vista de tantas ·y largas experiencias, ya no hay que discurrir acerca de volver a proseguir dichas misiones los hijos de nuestra Provincia de Castilla ni otros de la~ demás de España de nuestro sagrado Instituto. Siempre han de hallar las mismas contradicciones, sin em– bargo de constarles a los naturales lo mucho que en todas esas misiones han trabajado por la gloria de Dios, dilatación de su santa fe Y. salvación de las almas. Estos son los fines que han llevado a esas conquistas de Portugal los Capuchinos, en que muchos de ellos han perdido sus vidas y padecido impon– derables trabajos. Sus vidas han sido ejemplarísimas, y de sus grandes frutos sólo dudarán los apasionados y los que ignoran el gravamen con que se conce– dieron esas y semejantes conquistas de que es preciso hacerse cargo (159). PP. La Mota, Fuentelapeña y Maluenda, que copiamos íntegra en los apéndices. En ella exponían que, no obstante las órdenes del rey de Portugal, eran los misionei¡os objeto de muchas vejaciones, tanto de parte de los gentiles como de los mismos cris– tianos, sin ser amparados ni por el rey gentil ni tampoco por el capitán mayor de Bisao, autoridad máxima portuguesa. El Consejo Ultramarino, al examinar esa carta el 22 de noviembre del mismo año 1686, propuso que se escribiese al capitán mayor para que favoreciese a los misioneros , usando con los gentiles de medios prudentes y suaves, y que a su vez se comunicase a los misioneros que, teniendo en cuenta lo que eran los negros , supiesen tratarlos como gente nueva e ignorante. Sin embargo, el mismo Consejo Ultramarino acordaba, en su reunión del 28 de septiembre del ci– tado año, se escribie&e al P. Provincial de la Provincia de la Soledad para que enviase misioneros a Bisao y que se evite el que los extranjeros continúen allí, insinuando el gran perjuicio que se sigue a los intereses de Portugal (AHU, Guiné, Papéis avulsos, caixa 2 (1681-1700). (158) En vista del contenido de la carta del P. La Mota, los Superiores de Cas– tilla, conscientes y sabedores de todo lo que pasaba con los misioneros : los sufri– mientos, contradicciones y calumnias de los portugueses, etc., les dieron orden de regresar a la Provincia. Hemos de hacer constar que los misioneros españoles no perdonaron trabajo al– guno para llevar a cabo su cometido de convertir aquellos infieles, y lo hubie sen lo– grado, dada la buena disposición de ánimo de los naturales, a no haberse opuesto los portugueses, alegando imaginarias razones políticas, ruina del comercio, etc. Los misioneros, además, no sólo aprendieron la lengua de los indígenas, como dice el P. La Mot a (cfr. n. 4) y repite el P. Trujillo en su memorial terc ero, sino que tenían «escrita la lengua de sus naturales, que es punto muy esencial para el progreso de las almas>>(Cfr. cap. XIX, n . 10). (159) La vuelta de los misioneros españoles no obedecía solamente a las órdenes de sus Superiores, sino también al mandato del rey de Portugal, que se lo ordenó. Así había determinado ya el 11 de noviembre de 1686: «A los misioneros castella– nos se les debe apartar de las misiones de Bisao, para las cuales debían ir religiosos de la Provincia de la Soledad, con lo que cesarían los inconvenientes>.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz