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192 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA 7.-»Ultra de lo cual representa a V. M. de nuevo lo que varias veces ha insinuado y el efecto acredita : que los religiosos de este reino no tienen a la verdad inclinación de misiones y menos de las de Sierra Leona, adonde abun– dan los trabajos y se carece de todas conveniencias. Por estas causas se retiraron los frailes de los Algarves furtivamente, malogrando su ingratitud la ocasión que tuvieron de ayudar a la salvación de tantas almas con dispendio no sólo · de los gastos que V. M. hizo para conducirlos, sino también de los que solicitó el suplicante. De todo lo cual y de sus malos intentos se dió Dios por tan ofendido, que permitió fuesen cautivos de los moros argelinos. Mucho hay que compadecerle y poco que estimarle a quien a V. M. y al suplicante engañó con tales ministros. 8.-»Pero por cuanto dichos Padres, llenos de codicia de las cosas de la tierra y desnudos de verdad, se alzaron secretamente con cuanto V. M. dió para toda la misión, excepto cuatro recaudos para decir misa que pude restaurar con trabajo y riesgo, como sabe toda aquella tierra, y especialmente el Obispo de Cabo Verde y constará de los recibos originales que conserva en su poder, pide y suplica a V. M. los mande reconocer y averiguar por convenir así a su justificación. 9.-» También hace saber a V. M. el suplicante cómo las Provincias de Castilla resuelven no dar más religiosos para dicha misión, acordándose de lo mucho que han padecido en otros tiempos los que han dado por los natu– rales de este reino, siendo hombres de conocida virtud y que los más de ellos murieron con fama pública de santidad y en ninguno en tantos años se ha visto acción indigna de su ministerio y profesión, como tampoco en los pre– sentes, los cuales ven igualmente calumniados por los ministros reales que, cebados en sus codicias y pasatiempos, no gustan tener cerca de sí quien les reprenda sus excesos en la ley de Dios y servicio de V. M. 10.-»Señor: V. M. mire con suma vigilancia y reparo este negocio, pues es daño de primera magnitud el que se atraviesa y de que V. M. dará estre– chísima cuenta a Dios si no lo remedia. Si los ministros evangélicos han de pasar a las misiones a ser con el silencio participantes delante de Dios de sus pecados, no habrá ninguno que se precie de cuerdo que abrace su perdición por tan raro camino. Y, si cumpliendo con su obligación, como el suplicante y los suyos han procurado cumplir, sacan la cara a los desórdenes y demasías que practican los ministros reales, que se representan deidades de aquellas tierras, experimentarán luego los efectos de falsedades, contradicciones y mo– lestias que el suplicante, juntamente con el obispo de Cabo Verde, han padecido por la justicia. Y así, desde luego, confiesa a V. M. el suplicante no hallarse con fuerzas para proseguir dichas misiones, reconociendo no tienen resistencia

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