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162 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA guieron sus ejercicios, ganando para Dios muchas almas, y es sin duda que hubieran sido mucho mayores los progresos si las contradicciones referidas y los escándalos mencionados diferentes veces no los hubieran impedido. Por ahora dejaremos a dichos Padres trabajando en su apostólico ministerio y seguiremos al Prefecto hasta desembarazarle de las calumnias e imposturas que a él y a sus compañeros les impusieron. 3.-En llegando el Prefecto a Lisboa, solicitó por los medios regulares del Consejo Ultramarino el que se le diese audiencia para sincerarse de las obje– ciones de los émulos. Comunicó asimismo su pretensión con el Nuncio de Su Santidad, D. Marcelo Durazo, y por su medio consiguió el poder ver e informar de todo al Serenísimo Príncipe D. Pedro, gobernador de Portugal por su hermano el señor rey D. Alfonso sexto de este nombre, en quien halló suma piedad y benevolencia, según iremos viendo; pero reconociendo se iban dando dilatorias a su pretensión con pretextos menos convenientes a la urgencia y remedio de las cosas, trató de guiar la materia por medio del mismo Príncipe y del Consejo de Estado, juzgando sería más breve el despacho y que tendría mejor efecto que el que había experimentado después de algunos meses en el Ultramarino, donde halló algunos dependientes de los que escri– bieron contra la misión. 4.-Halló comúnmente los ánimos poco afectos por ser dicho Padre y sus compañeros castellanos y estar impresionados dichos ministros ·de los siniestros informes de los oficiales reales de Cacheo y otras poblaciones de Sierra Leona, a que se añadió un nuevo accidente cual fué encontrarse dicho Prefecto un día con otro religioso de N. P. S. Francisco, su amigo antiguo, el cual incauta– mente, habiendo sido cabo principal antes de tomar el hábito, dijo a diferentes soldados de su tiempo cómo había visto al capitán de caballos N. que le hizo prisionero en la batalla de Yelves, y unos por cortejarle y otros por conocerle le fueron a ver al convento de Capuchinos (142). Sintió sumamente el Prefecto po para mmonar en las conquistas de Cacheo, ocupada por gentiles, donde estuvo trece meses con sus compañeros, habiendo dejado los otros en Sierra Leona, obte– niendo allí gran fruto y con gran satisfacción de los pueblos y del obispo, por lo cual escribieron todos a Portugal para conseguir de S. A. el permiso de establecer se en el mencionado sitio, pero que habían recibido contestación de que no podían ser ad– mitidos por ser castellanos y enviados por Propaganda Fide en perjuicio de los dere– chos de Portugal. Por eso mismo el propio P. Trujillo se había decidido a ir a Lisboa a solicitar tal permiso, pues aquella gentilidad era numerosa, ya que solamente en las islas llamadas Bisogoes había unos 36.000 habitantes, los cuales estaban dispuestos a convertirse al catolicismo, como lo había demostrado la experiencia, puesto que en poco tiempo se habían hecho cristianos 440. (142) Este llamado convento de Capuchinos, existente en Lisboa, era más bien, al menos por entonces, una residencia, hospicio u hosped ería para que allí estuviesen los misioneros, tanto franceses como italianos, que pasaban a las misiones de Africa (Cfr. HILDEBRAND, O. F. M. CAP., Les Capucins au Portugal, en Études Franciscaines, 50 (1938), y L' Ancienne Procure d'es Missions Congolaises a Lisbonne, Anvers, 1938).

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