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cana de la naturaleza, plasmada tan bellamente en el Cántico de las creaturas. Todo lo creado pasa a ser sculptile, simulacrum, liber scriptus forinsecus, effigles..., una constante invitación de reconocimiento de la presencia de Dios por parte del hombre. En segundo lugar, el hombre, en cuanto realidad espiritual abierta constitucional y dinámicamente hacia el Absoluto, supone una participación imitativa y configurativa con Dios más perfecta, radicada en un modo particular de presencia divina en él, superior y diverso del que se da en las realidades sensibles 16• Dios se hace inmanente en el espíritu humano de una manera particular: no sólo como principio radical creador de su ser —no se diferenciaría del resto de las creaturas sensibles— sino también y peculiarmente, como obleto de conocimiento y amor’09. Ahora bien, ¿cómo ha de interpretarse esta inmanencia cog noscitivo-volitiva de Dios en el hombre? Generalmente, los autores suelen inclinarse por un significado de mera potencia o capacidad cognoscitivo - volitiva del espíritu humano en relación a Dios’70. Sin embargo, aun reconociendo la legitimidad de tal interpre tación, se corre el peligro de situar el pensamiento bonaventuriano 168. Cfr., entre las diversas referencias indicadas en los puntos an teriores, principalmente 1 $ent., d.3, p.2, a.1, qq.1.2 et dub. 4: 1, 80a-84b et 94a-b; Ibid., d.31, p.2, a.1, qq.1.2: 1, 539a-543b; II Sent., d.16 per to tam: II, 393a-408b; Myst. Trinit., q.3, a.1 ad 7: V, 72a. 169. “AnIma rationalis est ad lmaglnem Del. Sed slcut aiclt Augus tinus in libro de Trinitate, et in littera praesentis dlstinctionis: ‘Eo mens est Imago Dei, quo capax Del est et particeps esse potest’. Capere autem non est secundum substantlam vel essentiam, quia sic est in orn nibus creaturis: ergo per cognitionem et amorem...” (1 Sent., d.3, p.1, a.un. , q.1, f.1: 1, 68b). La afirmación de que la miago se diferencia del ves tigium por tener por objeto el mismo Dios es fundamental en el pen samiento bonaventuriano, que, en este punto, mantiene idéntica linea en todos sus escritos, desde su Comentario hasta las Conferencias sobre el Hexaémeron (cfr. 1 Sent., d.3, p.1, a.un., q.2 post ad 4: 1, 73b; Ibid., q.3 ad 1: 1, 75a; ¡bid., d.3, p.2, a.1, q.2 c: 1, 83b; II $ent., d.11, p.1, a.3, q.1 ad 4: II, 346b; Ibid., d.16, a.2, q.3 ad 3: II, 406b: Hl Sent., d.2, a.1, q.1 ad 2: II, 38b; Scient. Chr., q.4 c: y, 24a; Brevil., p.2, c.12:V, 230a-b; Itin., c.3, n.2: Y, 304a; Hexaem., coll.10, n.7: Y, 378a; Ibid., visio 2, coll.3, n.7: Ed. Delorme, p. 128; Christus mag., nn.16.17: y, 571b-572a; Vig. Nativ. Dom., sermo 11: IX, 99a). 170. Cfr. T. SzABÓ, op. cit., pp. 61-64, notas 143-154 en las que indi ca algunos autores exponiendo el pensamiento de los mismos y pp. 82- 83. 226

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