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mos haciendo nada y a nuestros hijos no estamos viéndolos crecer na da, sino que tú mismo los llevas donde nace el sol. Esto no puede ser así. Ahora nosotros mismos tenemos que matarte a ti». Y lo ma taron. Y así murió Dababosá, el tigre. Al otro día, no regresó más porque le habían amenazado. Desde allí los despidió diciéndoles: «No volveré más para que os muráis vosotros mismos y veáis cre cer a vuestros hijos sufriendo mucho». Los barí dijeron: «Nosotros queremos casarnos con la hija del tigre. Es simpática. Pero en la tarde vamos a esperar a matarlo. Cuando él venga, le quitaremos su esposa». Pero el tigre ya sabía desde el principio que querían matarlo. Los barí siguieron diciendo: «Nosotros queremos casarnos con tu hija». Pero él les dijo: «No podéis casaros con mi hija porque es mi hija». Pero no era hija del tigre. Era hija de barí. Antes, eran simpáticos los niños y niñas que llevaba Dababosá. Este enseñaba cada día muchas cosas a barí sobre el modo de em plear el tabaco. Todo el día les enseñaba sobre el modo de curarse a sí mismos. Pero los barí se disgutaban mucho. Y le dijeron «Nos otros no estamos aprendiendo y no estamos haciendo nada. Vamos a matarlo, cuando él se vaya al atardecer. Lo esperaremos en la ma ñana. Iremos a matar al tigre para casarnos con su hija». Luego, al atardecer, cada uno de los jóvenes barí dijeron: «Vamos a hacer una trampa para matarlo a él». Más tarde, aparece entre las matas de yuca y los barí dijeron: «Ya viene». Cada uno de los barí se armó bien de arco y de flechas; las demás personas se preparaban con sus machetes, para darle en la mitad de la cabeza. Traía a la muchacha. Los barí se quedai-on viendo. El que estaba primero le tiró la flecha y el que estaba a su lado salió con machete, otro con cuchillo. Y así lo mataron y dividieron su cuerpo. Los ancianos es taban gustosos con sus enseñanzas. Pero los barí jóvenes querían casarse con ella. Más tarde salió de nuevo Dababosá, en busca de la mujer embarazada. Los jóvenes barí, escondidos, sonreían y veían al tigre. El tigre meneaba más su cola y la lengua, moviéndolas ca da rato. La niña traía su corona. Bien pintada, la muchacha traía bien recortado su pelo, bien peinadita, no con los cabellos sueltos, uno hacia aquí y otro hacia allá, como ahora. El tigre seguía cami nando hacia la casa de barí. Los jóvenes comentaban de él: «Nos otros queremos casarnos con su hija y la esposa del tigre». Desde el principio esperaba Dababosá que lo matasen. Cuando lo flecharon, gritó fuertemente: «Ahora me van a matar. No sé por qué me van a matar. Ellos piensan que yo soy tigre. Y no saben com portarse bien conmigo». Eran tres jóvenes barí. Uno no llevaba arco. Otros dos sí lo llevaban. Esos dos hombres mataron a Dababosá; pero el tigre no murió, sino que se llevó la flecha clavada. El otro joven, cuando le tiraron la flecha, salió corriendo en busca de la muchacha. Pero la muchacha se fue de forma invisible. El tigre lle vó la flecha clavada en su cuerpo y no se rompió. Y desapareció también él. Así nos cuentan los antiguos la historia de Dababosá. 402

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