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un gran día, al que también se invitaba a otros grupos, particularmente a los que habían contribuido a su construcción. Otro de los momentos de ínterrelación se verificaba con motivo de visitas especiales, a las que el barí era muy dado. Por último, cuando tenían que agruparse para defender su propio territorio frente a agresiones de otros grupos étnicos. Toda visita a una casa comunal barí, distinta de la propia, se regulaba por unas formas tradicionales rituales que eran cumplidas con toda exactitud y la mayor naturalidad. El visitante (o los visitantes) permanecían en el umbral de la puerta del bohío, de pie, en espera de que se les invitase a pasar, demorándose todo el tiempo preciso hasta que se les invitase personalmente. Una vez ofrecido el permiso, se adentraba en el bohío, sin especiales ritos o muestras de cariño, aunque fuesen íntimos o familiares. A continuación, se le invitaba a participar de la comida de la familia anfitriona y, terminada ésta, a veces, en casos especiales, se le obsequiaba con flechas o algunos otros regalos. Durante la estancia, se observaba la tradicional política de respeto y de no ingerencia. Si la visita se prolongaba, existía entre ellos una costumbre de hospitalidad muy enraizada en la tradición antigua y que nuestros informadores recuerdan. Los padres de la familia que invitaba entregaban alguna de sus hijas al huésped en señal de hospitalidad, para que conviviese sexualmente con ella durante la noche. Igualmente, las mujeres autorizaban a sus maridos para que libremente satisfaciesen el apetito sexual de la chica que venía en plan de visita al bohío, aunque estas visitas eran menos frecuentes. Entre los barí no tenía esta costumbre nada de criticable; antes bien, era considerado como gesto de fraternidad, de elegancia y de reconocimiento de mutua amistad 119 119. Sobre estos ritos de entrada, pueden consu]tarse A. de ALCÁcER, o. c., 65-67; 0. D’EMPAIRE, Introducción..., 292; R. JAULIN, o. c., 30; A. de VILLA MAÑÁN, Cosmovisión y retigiosidud barí..., 20. Esta costumbre de hospitalidad no se realizaba sólo con el Ñatubái, o jefe de los distintos bohíos, sino con cualquier visitante mayor que cumplimentase los requisitos antes indicados. Tanto en Bokshí como en Saimadoyi insisten que no se cedían las propias mujeres, sino alguna de sus hijas. El ceder esposas en ciertas ocasiones a los visitantes de otros grupos es una práctica muy difun dida entre los primitivos. Se han aportado distintas explicaciones. No creemos que en nuestro caso pueda admitirse como si se tratase de una supervivencia de la promiscuidad o comunismo sexual primitivos, o mancomunidad de mu jeres que, como hemos visto, nunca existió en el pueblo barí. Más bien lo con sideramos como señal de amistad. Rehuir este signo sería considerarse enemigo del que lo ofrece. Para un estudio más detallado de este tema antropológico, puede consultarse E. WE5TERMARcK, The History of Human Marriage, Londres 1925, vol. 1, 224-230, con abundantes referencias bibliográficas y etnológicas. 116
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