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Como es natural, el mismo hecho de nacer de unos padres pertene cientes a un grupo determinado, justificaba ya de por sí la adhesión de pertenencia a él. Sin embargo, existía entre los barí una costumbre de «reconocimiento oficial» o rito de iniciación al mismo que se cumplía desde tiempos antiguos. Un miembro del grupo —varón o hembra— pasaba a ser considerado oficialmente como perteneciente a tal grupo con todos los derechos y obligaciones del mismo cuando se sometía a cierto rito de reconocimiento de pertenencia. Cuando el niño o la niña iban siendo mayorcitos —a partir de los 11 años, aproximadamente, precisan nuestros informadores —eran con ducidos al río más cercano. Se metían en el agua y sobre una piedra, generalmente, el tío paterno les ponía el «Tarikbá» (guayuco masculi no) o la «Dukdúra» (falda femenina), respectivamente. A los varones se les entregaba también el arco y las flechas. Y, a continuación, el tío paterno les imponía otro nombre distinto al que recibieran al poco tiempo de nacer. Era ya el definitivo. La imposición de estas prendas y del nuevo nombre les introducía con pleno derecho como miembros efectivos de la comunidad grupal barí. Desde entonces podían ejercer las funciones de las personas mayores: podían unirse sexualmente, y elegir esposa, trabajar, concurrir en los cánticos tradicionales, y el jo ven, además, concurrir en carreras, funciones que estaban prohibidas ejercer durante la infancia. Con esta costumbre se pretendía indicar, según pudimos inferir, que los niños habían pasado de la niñez a la madurez humana sufi ciente para pertenecer con todo derecho al grupo barí comunal. Nues tros informadores no manifiestan el porqué de este fenómeno cultural. Sólo nos indican sus consecuencias. Con las niñas existía también otra costumbre inmemorial. Coinci diendo con las primeras menstruaciones, se encerraba a la joven dentro del bohío en un lado del mismo entre cuatro esterillas («Chiddá»). La mamá le servía allí la comida por una ventanilla. Así estaba durante unos diez días. De las sobras de su comida nadie podía comer. Lo había preceptuado Sabasba y así estaba asegurado por la costumbre inme morial. El incumplimiento del precepto traería consigo, automática mente, un fuerte dolor de garganta, que hacían provenir del mismo pre cepto de Sabasba 113V 113. Creemos que en este rito de iniciación a la pertenencia al grupo nos encontramos ante un auténtico rito de adolescencia-madurez, aunque no plena mente consciente en los actuales batí, por ancianos que sean. La estructura 110

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