BCCCAP00000000000000000000223

pequeño arco y flechas, para que se fuese ensayando en la pesca, en la caza menor y en la preparación del conuco. La hija, a su vez, no se apartaba del lado de la mamá, ayudándola en sus quehaceres de casa, acompañándola al conuco y a la pesca, ini ciándose, de esta forma, en la recolección de los alimentos y en las restantes tareas de la mujer dentro del propio grupo. El objetivo de la educación barí era el de preparar a los pequeños para la vida, en cuanto miembros de una comunidad a la que pertene cían y a la que tenían que acostumbrarse a servir, cada uno desde su propio sexo, y dentro de sus propias necesidades y ambiente fa miliar. Además de los papás, ocupaban un puesto preferente en la educa ción de los niños los tíos paternos y la abuelita. En caso de poliginia, era la mujer de más edad la que se encargaba de su educación. La razón que aducen nuestros informadores es la de que «porque es ella quien los comprende mejor y sabe educarles en las tradiciones; la joven suele ser descuidada y no sabe atenderles debidamente, por falta de necesaria experiencia». La educación se hacía, principalmente, por medio de consejos pa cientes de los papás. Pero, llegadas ciertas circunstancias, también em pleaban los castigos con sus hijos (¡nunca con los hijos ajenos! ). Los motivos más frecuentes por los que ios niñitos solian ser castigados eran los propios de su edad: orinar en el bohío o cerquita del mismo; la falta de respeto a los mayores, como podía ser el jugar estrepitosa mente con el agua mientras se bañaban en presencia de los ancianos; el reñir durante la comida, pidiendo ser servidos los primeros y no observando el debido orden; marcharse lejos del bohío, sin el debido permiso, por el peligro de ser picados por alguna culebra; subirse a los árboles en busca de pájaros con peligro de caerse... Las formas de castigos eran diversas: darles en el brazo, espalda o muslos con la mano o con hojas de «Krikdá» (ramitas de árbol o arbustos) para ponerles en orden, golpeándoles con la palma de la mano en la boca, o haciéndoles rasguños en la frente con los dientes de pescado o con un cuchillo —una vez que lo adquirieron— hasta que derramase un poquito de sangre. Era la forma de volverles man sitos y ordenaditos: extraerles la mala sangre que habían acumulado dentro. También solían darles con hojas de «Krikdá» para fortalecer les y hacerles capaces ya desde pequeños para las peleas que tuvieran que sostener una vez llegados a adultos. Esto último aparece con fre cuencia en sus mitos: en las luchas que en ellos se cuentan, la razón 102

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz