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Durante el alumbramiento, el marido permanecía en la casa comu nal o seguía en sus tareas normales. Todo este «affaire» era considerado como asunto femenino, para el que no se requería la ayuda ni la pre sencia del marido. Antes bien, lo tenía prohibido. Según la tradición antigua barí, caso de que el marido viese nacer a su hijo, automáticamente experimentaría aquél una dificultad especial en la garganta que le imposibilitaría para poder cantar posteriormente. Según los ritos preceptuados, la noticia del nacimiento se la comu nicaba su cuñada; a no ser que tuviese una segunda mujer, en cuyo caso era ésta la encargada oficialmente de realizarlo. Si era niño, el nuevo papá se alegraba con la noticia; no así si era niña. Durante algún tiempo le estaba prohibido al papá tomar en brazos a su hijo, a quien contemplaba desde el chinchorro de arriba, desde donde lo miraba con cariño. Se interesaba por él mediante otra persona de su familia. Transcurrido este tiempo —que oscilaba entre cinco días a varios meses, según insisten nuestros informadores—, lo recibía en sus manos y lo depositaba en el chinchorro, en señal de reconocimiento oficial de su paternidad. Si tenía segunda mujer, ésta era quien se lo entregaba 102 pista alguna que garantizase dicha interpretación o alguna otra, por interesante que se nos ofreciera. «En Ganda se guarda cuidadosamente la placenta del rey durante toda la vida, así como su cordón umbilical... La misma concepción fun damental vale también para el hombre normal, no sólo para el rey. Piensan que, al nacer, la placenta es un segundo niño con su propia alma, y la llaman ge melo del niño...» (G. WIDENGREN, Fenomenología de la religión, Madrid 1976, 404). Podríamos hacer también nosotros unas aplicaciones «fantásticas» del fe nómeno que constatamos. Pensamos, sin embargo, que no hay suficiente fun damento para emitir suposiciones improcedentes. Tampoco vemos justificado lo que el mismo A. de Villamañán indica, a continuación, sobre algunos detalles relacionados con el alumbramiento: «La hemorragia la corta el marido, aplicando tabaco consagrado a los baswzchinzba. Una vez terminado el parto, se canta para que oigan los basunchimba y protejan al reción nacido» (a. c., 18). El papá, como hemos indicado, no asiste al parto de su mujer. Ni nuestros informadores recuerdan se hiciesen ritos o cánticos especiales con tal motivo. Y menes a los basunchimba o muertos. No obstante, sobre el significado e importancia de los basunchimba en la tradición barí, ha blaremos más tarde. Lo único que se nos indicó, una vez publicada la primera edición, por parte de Akirikdá, es que «mientras no se enterraba la placenta, no venía el espíritu, alma, sobre el nacido: no respiraba...». Akuéro y Asebo, en cambio, indican sólo el hecho de enterramiento «para no producir mosquitos». Notamos aquí una doble tradición: la de Bokshí (sólo indica el motivo de mosquitos), y la de Saimadoyi (que hace referencia a otro motivo «religioso» (Akirikdá y Akdokuá). 102. Es interesante subrayar la aparente falta de lógica interna que se ma nifiesta en la tradición barí en torno a la participación de los hombres en el nacimiento de los niños. Mientras es requerido el hermano del marido, se prohi be a éste asistir al parto de su propia mujer. Sin embargo, tal ilogicidad es meramente aparente; se comprende si consideramos la importancia que dicha 99

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