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tencia de algunos casos, aunque raros, encontrados entre ellos). La mujer encinta debía seguir trabajando y haciendo sus labores con la misma normalidad que antes del embarazo, para que el niño crezca con fuerza y agilidad (posible respuesta al hecho fisiológico del frecuente sopor en aquélla), etc. ALUMBRAMIENTO: Cuando una mujer sentía los primeros síntomas de alumbramiento, con premura avisaba a su mamá, quien, con otras cuatro mujeres —entre las que se encontraba la hermana de aquélla, si la tenía— y su cuñado, salían hacia el monte, cerquita de la casa comu nal, donde pudiesen encontrar sitio con agua. El modo de dar a luz era muy primitivo. Existían diversos métodos. El que se aplicaba de modo ordinario era el siguiente. Una de las mujeres acompañantes limpiaba el terreno y colocaba sobre el suelo abundantes hojas de bijao. Al comenzar los dolores de parto, la mujer encinta, de pie, se asía a un árbol («kéki»). Su cuñado cuidaba entonces de sujetarle fuertemente las manos; el resto de las mujeres hacían de comadronas: mediante masajes, forzaban el vientre de la parturienta para ayudar a salir al niño; su mamá, constituida en abuelita desde entonces, lo recogía, depositándolo en las hojas de bijao, preparadas antes a este efecto. Una de las asistentes cortaba el cordón umbilical con «tána» —pico de pato de agua—, o con alguna hoja cortante; lo anudaba con un bejuco apropiado, enterrando la placenta envuelta en una hoja de bijao para que no produjese mosquitos ni la pudieran comer los zamuros. A continuación, se limpiaba con agua el recién nacido. Terminado el alumbramiento, la mamá recogía a su niño, lo colocaba entre la «dukdúra» —falda femenina típica barí— y su cuerpo y, sin rito ni cánticos especiales, se dirigían de nuevo al bohío 101 101. Otro modo de dar a luz consistía en colocarse en cuclillas sobre ho jas de bijao, mientras era ayudada por las mujeres acompañantes. El niño no era recibido por ninguna de ellas, sino que se dejaba caer directamente al suelo (cf. O. D’EMPAIRE, Introducción at estudio de la cuttura bar..., 277). Simple mente nos permitimos indicar el fenómeno, sin creernos capacitados para hacer una ulterior interpretación sobre si no se trataría de expresar en este hecho algo que se encuentra en otros pueblos primitivos: la tierra como auténtica madre es quien recibe en primer lugar ese nuevo hijo. Por más que nos inte resamos por la intencionalidad de dicho fenómeno, los ancianos no expresaron ni la más mínima indicación que nos diera pie para interpretarlo de este mo do. Sobre la interpretación que A. de VILLAMAÑÁN hace del entierro de la pla centa: «se entierra para que la mamá pueda tener más hijos» (Cosmovisión y religiosidad de tos han.., 18) tampoco nos permitimos hacer hipótesis alguna. Señalamos sencillamente el hecho, ya que nuestros informadores no nos dieron 98

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