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68 DIONISIO CASTILLO CABALLERO «...Tienen la conciencia intranquila, tienen miedo, y del miedo y la conciencia intranquila emana una fragancia deliciosa para las narices de los dioses. Sí, esas almas lastimosas agradan a los dioses..» (p. 15 t92]). Se trata de la religión «del orden de una ciudad y de las almas». Una religión del miedo y de la irracionalidad, con fina lidad puramente humana: psicosocial... Pero esta idea clave lleva a su más alto significado en la escena en la que Sartre trata de reconocer que todos se en cuentran víctimas del miedo, como el niño, en la respuesta que le ofrece la madre a su chiquillo: «Hay que tener miedo, querido mío. Así es como se llega a ser un hombre honrado» (p. 30 [116]). Sartre alude constantemente al origen puramente humano de la religión. A este aspecto de «carga expiatoria». En los habitantes de Argos observamos una especie de fijación in consciente y obsesiva del «acontecimiento coercitivo» pasado, con la muerte de Agamenón, recordada por los chillidos. Es algo que el mismo Júpiter favorece. Tiene interés en conservar la llama del remordimiento en el corazón de los súbditos de Egisto. En ello le va, nada menos, que su propia existencia en medio del pueblo: «Toda una ciudad se arrepiente por él. El arrepentimiento se mide por el peso. ¡Escuchad! Para que no se olviden jamás los gritos de agonía de su rey, un boyero escogido por su fuerte voz lanza esos alaridos cada aniversario, en la sala prin cipal del palacio (Orestes hace un gesto de desagrado). ¡Bah! Esto no es nada; ¿qué diréis dentro de un rato, cuando suelten a los muertos? Hace quince años justos que Agarnenón fue asesinado. ¡Ah, cómo ha cambiado desde entonces el pueblo ligero de Argos, y qué cerca está ahora de mi corazón!» (p. 14 [90]).

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