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LAS MOSCAS 67 lación, después de un detenido análisis de dicha obra, expresa, de modo poético, bellísimo, esta precisa concepción. (Para su posible atribución a Petronio, a Stacio o a un anónimo glosa dor de Stacio, cfr. Ambrogio Donini, Lineamenti di Storia de- ile Religioni, Editori Riuníti, Roma 1974, p. 16)... La religión, surgida del miedo ante las faltas morales, de los pecados, con su carga expiatoria, tan complaciente a Júpi ter, es fuertemente ridiculizada por Sartre en esta obra. Burla que es llevada hasta el paroxismo. El miedo acompaña a todos los personajes, menos a Orestes. Argos es la «ciudad del miedo», cerrada, sombría, aterrori zada por lo que está aconteciendo. Miedo que aparece en todo momento y que Sartre muestra especial gusto por destacarlo a lo largo de toda su obra. Y que culmina en la fiesta de los muertos... Una de las escenas más significativas y concentradas de Las moscas, a este respecto, nos la ofrece Sartre en sus prime ras páginas. Ya hemos aludido a ella. Nos referimos al discur so de La Vieja, que entra en escena pidiendo perdón a Júpiter, ante el reclamo de éste de que se ocupe de su propio arrepen timiento más que de los muertos: Se arrepiente ella, su hija, su nieto, su yerno... Toda la familia ha sido educada en el senti miento de su «pecado original» (cfr. p. 13 [89]). Júpiter reconoce que es «su única salvación». Precisamente por este motivo la insta a «reventar en el arrepentimiento» (pp. 13-14 [89]). Es la piedad «a la antigua», «de la buena», «sólidamente asentada en el terror» (p. 14 [89]). Precisamente, de esta situación psicológica, surge la intran quilidad, el miedo. Y el consiguiente reclamo de la divinidad... Sartre resume toda esta concepción en unas frases bien pensadas:

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