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64 DIONISIO CASTILLO CABALLERO mi uso y para tu mayor indignación la frase imbécil y criminal del profeta de ustedes, ese «pienso, luego existo» que tanto hizo sufrir —pues mientras más pensaba menos parecía ser—, y digo, me ven, luego existo. Ya no tengo que soportar la res ponsabilidad de mí transcurrir pastoso: el que me ve, me hace ser, soy como él me ve. Vuelvo hacia la noche mi faz nocturna y eterna, me erijo como un desafío y digo a Dios: aquí estoy. Aquí estoy tal como tú me ves, tal como soy. ¿Qué puede hacer sino soportarme? Y tú, cuya mirada me crea eternamen te, sopórtame... Soy infinito e infinitamente culpable. Pero yo sor’, Mateo, soy. Ante Dios y ante los hombres, soy: Ecce horno» (pp. 169. 344-345 t227-228. 468-470])... Dentro de este marco filosófico, es preciso interpretar cuanto Sartre afirma acerca de la mirada en Las moscas... Lo hace en una doble perspectiva: desde Egisto hacia sus súbditos y desde Júpiter en relación al hombre. Aparece ya en la escena de los soldados, que defienden la entrada a la sala del trono. La estatua de Agamenón le hace a uno de ellos recordar la misión de los reyes: «Ya ves. No hay nadie. ¡Es Agamenón! Ha de estar sentado sobre esos cojines, derecho como una estaca, y nos mira; no tiene otra cosa en qué pasar el tiempo sino en mirarnos» (p. 51 [146]). Pero, ¿qué es lo que produce la mirada en los súbditos de Egisto y en él mismo? Aquéllos reflejan tan perfectamente el semblante que el rey les impone de sí mismo por su mirada que les petrifica... Pero él, también, queda petrificado por la mirada de sus súbditos: él es su primera víctima: «Desde que reino, todo mis actos y palabras tienden a compo ner mi imagen; quiero que cada uno de mis súbditos la lleve en sí y sienta pesar, aun en la soledad, mi mirada severa en sus pensamientos más secretos. Pero soy mi primera víctima: yo no me veo como me ven, me inclino sobre el pozo abierto de

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