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56 DIONISIO CASTILLO CABALLERO Es el gran reproche que, al final de Las moscas, descarga Orestes sobre su hermana Electra. Júpiter se encarga, sabia y ladinamente, de provocar en Electra el arrepentimiento. Esta se somete, al final, al deseo de Júpiter, ante cuyos constantes reclamos sucumbe: se siente cui pable, siente el «remordimiento» y termina aborreciendo el crimen cometido por su hermano y al mismo hermano. No lo considera «suyo». Pero Orestes, «de acuerdo consigo mismo» (p. 66 [172]), se niega a someterse a esta situación pedida por la divinidad. Se siente dueño de sus propias acciones y se pronuncia contra el arrepentimiento. Carga, con plena responsabilidad, con su propio crimen: «todo es mío», «muy mío» (p. 61. 77 [163. 189]). Esta «sarna del arrepentimiento» le quita al hombre su propia dignidad personal (p. 58 [159]) y le hace encadenarse a los dioses. Es un acto de «mala fe». Frente a esta postura, tipificada en la persona de Electra, Sartre va configurando al personaje central de su obra, como prototipo que va adquiriendo, progresivamente, conciencia de sí mismo, de su propia libertad como ser libre, auténtico, que asume su propio acto con todas las consecuencias. Acepta su propio destino, sin dejarse seducir por la «gracia» que Júpiter le ofrece de su arrepentimiento. Comprende su compromiso de persona llamada a realizarse entre los suyos y con su ciudad y acepta, como consecuencia, llevarse consigo de la ciudad a las moscas... Sartre presenta a Orestes como hombre que actúa responsablemente: de «buena fe». Coherentemente con lo que afirma en El ser y la nada, es dueño de sí mismo y responde de «su» acto: «El acto decide de sus fines y sus móviles.., es expresión de la libertad» (p. 542 [513]). Electra, en cambio, ha sucumbido ante la «sirena» de Júpiter que la reclamaba

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