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52 DIONISIO CASTILLO CABALLERO antes de este «algo», no hay nada que la constítuya en cuanto tal. El hombre, como «ser-para-sí», no está definido de ante- mano. Es pura y absoluta libertad. Pura conciencia de esencia. No tiene esencia, sino nuda existencia: pura nada de ser. Es puro hacerse. Es proyecto fundamental que se va realizando él mismo en sus proyectos concretos. El hombre es «su propio creador» (cfr. pp. 82. 132ss. 546 [88-89. 124ss. 516]). Este es el motivo profundo por el que Sartre rechaza, por medio de su personaje central, Orestes, todo modelo de com portamiento predado, creado cón anterioridad por la divini dad, por Júpiter: su concepción ontológica acerca de la subje tividad humana. Y que le sirve de base para la negación de la divinidad: Si Dios existiese, al hombre no le quedaría más que realizar esa idea modélica, según la cual tendría que realizarse en la vida. A ella tendría que encadenarse como lo realizan las piedras, los astros, las cosas, las rocas, etc.: los «seres-en-sí»... Dentro de este mismo contexto de Las moscas, Sartre pare ce presuponer una concepción particular sobre la creación, de cuño «artesanal» y que se encuentra de acuerdo, también, con la conceptualización que de ella hace en su libro El ser y la nada. La naturaleza aparece como «técnica» de un artesano que la modela, la fabrica según la idea que tiene en su mente desde toda la eternidad. En ella, dentro de la cual se encuentra el mismo hombre, deja su impronta para que el hombre caiga en la cuenta, la reconozca como obra de la divinidad, le alabe en ella y se reconozca como «gusanito» dentro de ella. En toda esta concepción se supone el carácter puramente «pasivo» de la naturaleza y del mismo hombre. Aquí basa Sartre el ruego de Júpiter a Orestes. Después de exponer ante su consideración el maravilloso orden de toda la creación, que obedece inexorablemente a su «hacedor»,

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